domingo, 7 de agosto de 2016

Fuimos al Club Antifaz: sexo clandestino en Eje Central


Casi enfrente del Cine Teresa, que años atrás fuera templo de chaquetas, cogidas y morbo desbordado, se instaló hace poco un lugar mucho menos conocido, pero donde se va a lo mismo. Emparedado entre una tienda de electrónicos y un minisúper, está el número 130 de Eje Central Lázaro Cárdenas. En el botón 1 del interfón, se lee:Antifaz. De no ser por eso, nada delataría que hemos llegado a uno de esos sitios clandestinos de la ciudad donde, por unos cuantos pesos, se puede satisfacer al cuerpo e intercambiar fluidos sin empacho alguno. 

Afuera hay hombres en actitud sospechosa. Para el ojo no entrenado, pasarían por malandros, de esos que están a las vivas viendo a quién bajarle el celular o la cartera. Sólo los versados en el arte del ligue callejero sabemos que estos hombres no ven tus pertenencias, sino tu paquete o tu culo. Entre ellos destaca un chico con playera de la UVM que me tira una mirada braguetera y se moja los labios. Yo finjo no entender su código y me dirijo evasivo a la puerta del lugar.

Toco el botón del interfón y sólo suena el chasquido del dispositivo electrónico que permite saber que la puerta del edificio ya está abierta. El Club Antifaz, o simplemente ‘El Antifaz’ como ya lo llama cariñosamente su clientela, está en el segundo piso. Ahí, el chico que me miró el paquete, me alcanza. “¿Sabes cuánto cobran?”, me pregunta. “Según yo 40 pesos, ya si quieres rentar locker son 30 aparte”, le contesto, tragando saliva.

Tocamos la puerta que está rotulada con una carita sonriente y nos abren. Pagamos nuestro respectivo cover: yo mis 70 pesotes de cover y locker y el otro cuate 40, porque hoy es jueves de estudiantes y si tienes entre 18 y 23 años, el costo del guardarropa es gratis. Ahora su playera de la UVM cobró sentido: venía a aprovechar la bonita oferta, la bonita promoción. 


¿Listo para una experiencia sextrema? 


Like a virgin, touched for the very first time...

Una vez pagado el acceso hay que registrarse, anotando nombre y un password, además de tu rol sexual. Los lockers no tienen llave, pero ellos te aseguran que es seguro. El password es para que ningún listillo se quiera llevar las cosas que dejaste en tu locker. Como si fuera un trabajo godínez, también anotas tu hora de entrada. “No mames, casi te piden la cartilla de vacunación”, me dice el otro cuate para romper la tensión.

Ahí, en plena recepción, entregas tu ropa y te quedas tan encuerado como quieras. Casi todo el mundo conserva sólo la ropa interior. Y como a la tierra que fueres haz lo que vieres, me quedo en calzones, calcetas deportivas, mi gorra y tenis. El otro chavo se registra y alcanzo a fisgonear su INE: me doy cuenta de que apenas tiene 19 años.Antes de entregar mi celular discretamente le tomo foto a los precios de los condones, el lubricante, el viagra y los poppers.

Pasamos a la estancia y hay un pequeño refri con chelas y refrescos. A huevo, si no no sería negocio. Ahí me desafano de él para que no crean que venimos juntos y para explorar con más libertad. Unas cuantas mesitas, sillas y otros hombres en calzones, sobándose la verga por encima de la ropa interior. En la pantalla hay un video de Madonna: Like a Virgin. “¿Pero quién chigados va a ser virgen aquí?”, me pregunto, mientras me dispongo a entrar al área oscura del local que se abre para devorarme como una garganta de lobo.

Give it to me, yeah...

El Antifaz no es un sitio de cabinas convencional donde te ponen pelis porno y vas a todo, menos a verlas. Los muy listillos se ahorran las teles y los devedés, conscientes de que nadie las pela. En el laberinto de cuartos hay un par de “potros del amor”, uno en imitación de piel de cebra y otro de cuerhule.

>>¿Cómo diablos se usa el potro del amor?

La mayoría de los asistentes ronda entre los 18 y los 30, al menos hoy, seguro por la promo estudiantil. Sólo un par de señores se salen de ese rango: dos sugar daddiesde pelo en pecho y cabezas rapadas.

Apenas los ojos se empiezan a acostumbrar a la oscuridad, y las pupilas dilatadas permiten ver a las primeras bocas mamadoras haciendo lo suyo, trabajando las vergas erguidas. Un chavito delgado se la chupa con maestría a tres al mismo tiempo, turnándose. Y como si se tratara de un trofeo de caza, el más vergón se lo lleva a una de las cabinas y comienzan los pujidos.

Mientras Madonna continúa cantando sus éxitos —ahora anda en Give it to me—, el chavito hace de corista involuntario, pero en español: “dámelo cabrón, más adentro, así, qué rico, más, más”. Afuera, los demás siguen mamando y un barbón se me acerca: “estás bien rico wey, qué onda, ¿te la meto?”. Yo, para zafarme de la situación, le contesto con falsa seguridad: “no wey, gracias, pero soy activo” y me escurro rápidamente en el laberinto. Porque ante todo hay que ser profesional, oigan. 
When you call my name, it’s like a Little pray...

La luz roja de El Antifaz, como la de un cuarto de revelado, hace que el aspecto de las paredes descarapeladas se vea un poco menos culero, casi sensual. Y como en toda fiesta, lo mejor siempre está al final. Al fondo es donde están los cuartos menos iluminados y grupos de entre siete y diez chavos cogen, chupan y gimen. Unos usan condón, a otros les vale madre protegerse. Esa frase de que “sin globito no hay fiesta” para muchos no es necesariamente cierta. 

Las primeras lluvias de semen caen sobre las caras y las nalgas. Unas erecciones bajan, otras se reavivan, animadas por el morbo del roce del cuerpo ajeno en las cabinas y los pasillos estrechos. Como evidentemente no traigo libreta de notas, trato de recordar mentalmente todos los detalles, abriendo los ojos como platos, dejando que la nariz se sature del aroma a mierda y mecos, archivando los datos que me permitirán la reconstrucción futura de los hechos.

Me dirijo a un cuarto que parece que no había explorado cuando escucho mi nombre:“¿Pável?”. Salto como un gato sorprendido a media travesura y me topo de frente con un excompañero de la Universidad. “Si no dices nada, yo tampoco digo nada, ¿va?”me propone, dándome una palmada en el hombro. No me da chance de explicarle que yo estoy chambeando y no dándole gusto al cuerpo cuando ya se perdió en el laberinto oscuro.

“When you call my name it’s like a little pray”, canta Madonna. “When you call my name”, balbuceo yo, mientras emprendo la graciosa huida antes de encontrarme a algún otro conocido. “¿Tan rápido?” me pregunta el de la recepción, insinuando entre líneas que soy un pobre precoz. “Este, sí, tengo chamba por hacer”. Como que no me lo cree del todo, pero me vale madre. Tomo mis cosas y me voy en chinga.

“When you call my name…”. Carajo. Si les dicen que me vieron ahí no vayan a pensar que soy un golfo. Bueno sí, pero ahorita no gracias, porque estoy casado. Carajo. ¡Carajo!

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