viernes, 25 de septiembre de 2015

Saunas Gays en Buenos Aires: La ruta del calor

En la entrada hay que sacarse todo, pagar un Evita y calzarse la toalla y las ojotas. Al principio se mira, se te tantea, se puede jugar al distraído. En los pasillos todo parece una gran casualidad, un “¡disculpame que te la toqué!”, “¡te apoyé sin darme cuenta!”. Al rato las caras ya son familiares y se va a lo directo. La lengua casi no se usa para hablar. La mayoría van solos y se internan. No se ven mujeres y en la parte más oscura siempre está la orgía. Ahí, el que deja la puerta abierta es porque invita a que se sumen los que pasen.
Entra uno que se masturba, llega otro que se la chupa y llega otro que se la pone. Después es como un juego primitivo de sensaciones: tan básico como la carne que roza la carne y la estimula. En ese ida y vuelta hay un código de respeto que no se rompe, porque si uno no tiene ganas de hacer algo, ya llegará otro que sí.
Los fantasmas de la persecución policial no están porque no hay delito: no existe un catálogo de masajes ilegales. Si el sexo no se paga, no hay explotación. Y en los saunas no hay plata de por medio.
“Una vez que ponés la mano en la llama, no podés volver atrás”, dice la erótica Madonna en su etapa más erótica. Para muchos sauneros, el único problema es la compulsión: lo adictiva que puede ser la manzana de los placeres.

Living para gente grande

Pocos minutos atrás se masturbaron entre sí, casi mirando a otro lado, y no eyacularon. Dos hombres que pasaron los 50 toman un café en el primer piso de una construcción antigua de la Recoleta y miran el canal de las noticias. Hace tres horas que van del sauna húmedo al seco de Unikus y eyacular otra vez sería una deshidratación. Por hoy, mejor no hacerlo más. Hasta que el recuerdo de haber tenido placer hasta quedar sedados traiga una erección. Entonces sí acabar de nuevo.
Unikus es chico y básico: saunas y duchas. Está poblado por hombres mayores que buscan la oportunidad de sexo ocasional, si pinta. Y si no, el cafecito: señores recoletos que parecen salidos de la discreción de una tetera de porcelana.

El mezcladito

Bajo una ducha de A Full, un chico de 27 cuenta a Soy qué hace ahí un jueves a las tres de la mañana: “Me gustan las mujeres, pero disfruto que me penetren tipos sin vueltas. No voy a boliches gay porque me aburre todo eso. No me gustan los besos ni chuparla, me gusta tenerla adentro”. El chico tiene novia, la dejó hace un rato en su casa. “¿No te gustaría que te penetrara ella con un dildo?” No le gustaría, lo excita tener un placer sólo para él: lo calienta que una barba raspe mientras le meten la lengua en la oreja. “¿Y a tu novia la dejás que te juegue con los dedos?” Tampoco.
Las dimensiones de A Full son las de un baño griego: dos pisos con incrustaciones art nouveau, saunas, camillas para masajes, duchas y lugares bien oscuros con películas porno. También hay mesa de pool y un living donde la madrugada de los fines de semana, cuando hay mucha carne joven, algunos se internan y duermen siestas después del sexo. Un truco para llevar preservativo encima es ponerlo entre la toalla y la piel. Hace unos meses, los que iban de traje por la tarde no pagaban la entrada.

Lujo asiático

En Almagro, la barra de tragos de Homo Sapiens es pretenciosa y lo consigue: todo el lugar está pensado para el lujo. A una cuadra de Amérika más que un Spa HS es una experiencia sexual. Hay un microcine, cuartos privados, dark room y camillas con calor. Lo consumen sobre todo mayores de 40.
Es común quedar como en trance: calor, sexo, calor, sexo. Saber cuándo es suficiente no es una decisión fácil, a menos que haya que volver a las obligaciones. “Hago una guardia en la clínica que está a dos cuadras y los jueves tengo un espacio de tres horas libres a la tarde. Esos días me pego una vuelta. Estos lugares a la tarde no son lo mismo que a la noche: encontrás tipos que parecen deportistas del sexo, que lo hacen como una necesidad básica”, dijo a Soy un hombre de 43 años, todo depilado.

Madison Square

A dos cuadras de HS está el club Madison, un complejo que tiene el plus de la pileta climatizada. Madison abrió hace poco y una estrategia en redes sociales lo puso rápido como opción. En la página de Facebook, algunos combinan horario para cruzarse y a veces la cuestión es temática: los domingos en boxer tienen su convocatoria. También hay días en que la productora de porno local M2M filma con los que quieran participar. Hay material joven.
Roce, erección, piel. La camilla está pegajosa, el jabón líquido funciona como lubricante. Hay gemidos y golpes contra las paredes. El pijón parece un tótem, un faro en la oscuridad con seguidores que se arrodillan. El tatuado en medio del vapor. El oso acostado en la camilla. Es como un limbo.

Nostalgia Trash

Nagasaki está a la vuelta del Abasto y los jueves propone su noche de osos. Algunos sauneros lo critican: se consigue sexo, pero el lugar está deteriorado y muchos que van una vez, no vuelven: 40, 50, 60 años y bastante extranjero. La onda descascarada lo hace más tetera que sauna. En el sector oscuro se acumula la acción y todo se chupa con todo.

Con pantalla

Spa es la interjección de Salus Per Aquam: salud a través del agua. Frente al Parque Centenario está el Energy Spa, que fue el pionero de los saunas gays bajo el nombre de Baño Salud. Hay muchos relatos sobre lo que pasaba de forma encubierta. The Swan, un anónimo de la web, colgó su relato: “Había dos flacos que atendían y antes de cerrar el local, por unos pocos mangos te enfiestaban. La cosa iba lenta, primero tenías que animarte a decirles que les querías chupar la pija”. Hoy, el Energy Spa es muy tranquilo, con público de edad media. Hay jacuzzi y piscina cubierta, el lema es “Salud, Relax y Placer”. Todo muy prolijo.
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El mundo Leather en Buenos Aires: DAME CUERO

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Corazón de cine porno en Buenos Aires

Un relato divertido:
Cuando volví de España, donde había vivido durante 3 años y medio, volví a ocupar mi antigua habitación en la casa de mis padres. Una noche de desvelo empecé a buscar algo para leer y en uno de los cajones encontré una antigua revista Eroticón; presa de la melancolía, me puse a hojearla recordando mis primeras noches calientes en soledad, donde fantaseaba con encuentros carnales con hombres, que a esa altura eran sólo puras fantasías, imposibles de llevarlas a la realidad. Seguí hojeando la revista sin prisa pero sin pausa hasta que encontré una nota sobre cines porno en la porteña ciudad. Maravillada con semejante novedad, me la leí de pe a pa sin perder ningún detalle. Asombrada y excitada, no podía creer lo que leían mis ojos. Me pareció más fantasía que realidad, pero igual me quedó la duda. Uno de los cines donde más se había detenido el cronista era el Cine Plus, ubicado sobre la calle Rioja, justo al lado de la bailanta Latino Once. Me quedó volando por la cabeza, y sobre todo por la bragueta, la nota que había leído, y ya que era del Oeste y viajaba diariamente a la Capital, pensaba tomar coraje para meterme a ver qué pasaba realmente en ese cine porno. Varias veces miré de lejos la pedorra sala. Pasaba por enfrente, pasaba por la misma vereda y nunca me animaba. Me sentía sucia, perversa, pajera... Hasta que un día mi cuerpo debatió con mi mente sus necesidades y salió ganando. Corría el año ’96. Cuando entré, saqué la entrada con la cabeza baja y empecé a ver que había más de un tipo deambulando por el lugar. En la oscuridad de la sala, después de acostumbrar la vista como los gatos, empecé a ver decenas de tipos que andaban dando vueltas por todos lados. Eran tipos y tipos y más tipos, como un grupo de experimentados cazadores. Había tipos en las escaleras con los pantalones bajos, tipos besándose, manoseándose, había escenas de sexo completo, oral, grupal, romántico, sexo, sexo y más sexo.
En el primer piso, las escenas de la pantalla grande mostraban películas hétero; poco tiempo después entendí que esas películas eran el anzuelo ideal para los trabajadores chongos cansados, que venían a buscar un pete express, sentados con cara de boludos hundidos en las butacas que, seguramente al cerrar los ojos ante una boca caliente, soñarían que la que succionaba era la porno star de la pantalla.
Arriba la sala gay y un cuarto oscuro donde los cuerpos se transformaban en revoltijos de carne. Fiestas negras, duchas blancas, lenguas salvajes: en la carta de ese cine el menú era variado y podías comer, chupar y tragar hasta saciarte.
En los baños, la cosa era más íntima si querías revolcarte con la puerta cerrada en el cubículo del inodoro, aunque la mugre en general era exagerada. Papeles sucios amontonados en olorosas montañas, el piso alfombrado por forros usados y a veces, si tenías suerte, había agua. Por años y años, mi vida sexual pasó a desarrollarse en ese cine en particular, aunque recorrí por simple curiosidad varios cines de Buenos Aires, cada uno con un perfil específico y respondiendo a un concreto mercado.
Durante los largos años que retocé en los baños, en los rincones y hasta en las butacas, me enamoré, hice amigos, encontré algunos novios no muy perdurables pero que me entretuvieron bastante, cumplí increíbles fantasías, me crucé con las entrepiernas más chicas de mi vida, y con las más grandes e inolvidables, y vi cosas que si tuviera que contarlas una por una, no me alcanzarían ni días, ni meses, ni años. Hoy, en el año 2009, esos eróticos reductos siguen estando, abrigando el deseo y los cuerpos calientes que prefieren enredarse en prácticos retoces, sin histerias, ni versos prearmados. No son discos, ni pubs maricas de diseño, pero lo que es seguro es que muchas de las maricas que histeriquean en la noche bolichera o en la calle, en los cines porno se transforman en bestias carnales y salvajes guiadas por puro instinto, y entienden que, después de todo, en esa oscuridad permanente, todos los gatos somos pardos, mal que a una le cueste aceptarlo.
Juro que durante todo ese tiempo nunca me arrepentí de haberme echo asidua víctima erótica de esas salas promiscuas y calientes; eso sí, para qué negarlo: a veces me he sentido una rastrera rata de alcantarilla... y otras tantas... una diosa bañándome desnuda en la Fontana di Trevi, como la grandiosa Anita Ekberg en sus años más calientes del cine de oro italiano...

Palito, bombón...

Si las butacas hablaran...! Las de los cines porno, claro. Aunque hoy por hoy, más que hablar, acaso chirriarían. No obstante la andanada de nuevos multiespacios en los que el fragor del cuerpo a cuerpo prefiere las cabinas con glory holes o la erótica humedad del sauna, o la forma en que definitivamente Internet cambió la manera de mirar pornografía, todavía hay cines XXX que siguen existiendo en Buenos Aires. El mítico cine Ideal (Suipacha 378) es uno de los referentes insoslayables. Frecuentado por señores que van en busca de muchachos que van en busca de señores generosos, y en donde más de un oficinista de la city se toma un descansito a la hora del almuerzo, el Ideal es junto con el ABC (Esmeralda 506), en cuyas salas gays dan una programación continuada todos los días hasta las 5 de la mañana, los bastiones que resisten en el microcentro porteño. Para los que prefieren una incursión con un toque lumpen y, por qué no, bizarro, quizá la mejor opción sea el Once Plus (Ecuador 54), justo frente a la Plaza Miserere: una suerte de "salón de los pasos perdidos" sexual para quienes cotidianamente van a tomar o bien el tren o bien un colectivo. El cine Box (Laprida 1423) es uno de los pocos que siguen en las inmediaciones de la antigua vía gay por excelencia, la avenida Santa Fe, la cual, junto con el resplandor de la pantalla en que tantos bigotudos besuqueros hicieron las delicias del público homosexual en la década del ’80, ha dejado de ser también lo que solía.
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