
En 2008, el libro Crónicas de Otro Planeta editado por Random House México incluyó este perfil de Pedro Lemebel, escrito por Óscar Contardo después de seguirlo durante largos meses. El texto retrata al Lemebel que fue un niño pobre viviendo a orillas de un basural, un profesor de arte, un artista travesti. Que saltó a la escena pública con sus performances como una de las Yeguas del Apocalipsis y se transformó en uno de los escritores más importantes de Chile. Pese a que el año pasado hubo una intensa campaña para que le entregaran el Premio Nacional de Literatura, murió sin recibir el galardón.
En la Plaza de Armas de Santiago, en el corazón del centro, a media tarde, haciendo calle y buscando que alguna mirada ajena se quede en la propia, todos son jóvenes, todos son niñas. La loca joven, la loca pobre, el taxi boy y la loca entrada en años que camina como si algo que no son sus pies la deslizara sobre el suelo. Pedro Lemebel asegura que incluso la locas viejas, “esas que pasean al perrito” y que en España llaman carrozas, –“¿por qué aquí no tendrán un nombre?” – nunca dejan de serlo. Y suelta la risa y dice “sí es verdad, hasta esas locas viejas se tratan de niñas entre ellas”. Para Lemebel todas y todos son finalmente niñas. Eternamente niñas. “Las locas siempre son jóvenes. Hay algo de bonito en eso, y es que pueden tener 80 años y allí están con zapatos blancos en la Plaza de Armas a la pesca de algún gigoló de poca monta”. Alguno moreno, enjuto, de mirada torva, escolaridad incompleta, vocación hip hopera. Ignorante pero joven. Incluso Lemebel, que a veces se trata a sí mismo de vieja y de calva, se reconcilia rápido invocando al adolescente perpetuo que debe tener dentro.