miércoles, 29 de marzo de 2017

Cuarto oscuro – Darkroom


Suelen funcionar en bares gay, escondidos en gimnasios, clubes privados, saunas o cruzando alguna puerta muda que conduce al territorio oscuro. Detrás o arriba o en el paso casual entre dos telas negras, sucede el dark room. Una, o varias, habitaciones ciegas. Una terraza inmensa o el sótano. Un auténtico laberinto de pasiones. En este espacio el sexo anónimo, responsable y grupal debería ser protagonista.


En los dark rooms el sexo es violento. Nada de conversación, nada de caricias. Allí están cincuenta hombres desnudos en una sala oscura reunidos por un solo motivo: el deseo de satisfacer las fantasías sexuales, hasta el extremo, mientras la otra persona lo autorice. Todos coinciden que en México, los cuartos oscuros aparecieron en la década del ochenta a consecuencia de la prohibición de los vapores. Actualmente funcionan de manera clandestina aunque la mayor parte de la población de la Ciudad de México sabe que existen. Se concentran en Zona Rosa y colonia Roma pero los hay en la Alameda, en San Rafael, en Algarín, Cuauhtémoc, en la Del Valle y en Ciudad Neza. Este último se precia de tener el “cuarto oscuro más grande de todos los antros”.





Enciende mi fuego



El entrevistado abre su agenda de piel marrón donde, en la solapa, guarda el recorte de una guía gay en el que se anuncia la apertura de un antro nuevo sobre calle Durango, al límite de colonia Condesa. En el anuncio la única clave es que se presenta como ‘club privado’. “Igual me doy una vuelta”, dice. Los conoce a todos. Su primera vez fue a los veinte años: “Llegué a ellos a través de Internet. Soy un cibersex adict. Gran parte de mi círculo gay proviene de la Internet”. Para él, ya no era suficiente tener relaciones sexuales o mirar. Necesitaba algo más fuerte. “Soy un voyeurista, un exhibicionista, en esos lugares tú puedes hacer eso”. Un toque en la entrepierna, una mirada correspondida, códigos propios van a ir guiando la escena. Gemidos, música. En la esquina de un techo, luz roja imperceptible. Por momentos, olor a popper.



“Hay algo extraño en el total anonimato y en eso de no tener nada que ver con la persona con la que estás. Ahí adentro puedes vivir tus perversiones mientras el otro lo permita. Es como un club. Tú llegas a una casa de tres pisos, hay una recepción, luego un pasillo con máquinas, porque simula ser un gimnasio, y lockers, para que dejes tu ropa. En el primer piso, está el sauna, también oscuro. Arriba, está el dark room, con camas, con televisores que proyectan todo el tiempo pornografía”. Hay algunos de estos lugares que funcionan como antros o discos pero, por ejemplo, una vez al mes hacen fiestas en las que “solo puedes ingresar encuerado”. Otros, son espacios improvisados al fondo de un bar. Los consultados aseguran que en México están los más grandes del mundo. Ni en Barcelona ni en Berlín “hay cuartos oscuros como los de aquí: casas de cuatro pisos, con sótanos; o casas que se conectan por la azotea, enormes”. El sexo es siempre entre desconocidos y sube de tono hasta que puede ponerse violento. “No le vas a hacer el amor a nadie, vas a coger, nada más y el secreto está en no hablar. Si alguien quiere platicar, para mí pierde el encanto”, cuenta otro entrevistado, también asiduo a los espacios carnales, aunque actualmente reconoce que ha quedado “un poco asqueado” de esta rutina sexual.





Tu casa es mi casa



Los hay muy distintos aunque ninguno se lleva el premio a la higiene y el servicio. Todos los hombres consultados coinciden que el más denso del DF es La Casita. En La Casita hay cuartos del todo negros, sin referencias de ningún tipo. Regularmente están llenos de hombres. Son dos casas grandes conectadas por medio de una terraza y también se usan los sótanos. “Entras por un pasillo al que dan muchas puertas, en cada puerta tienes hombres que te tocan y te invitan, nunca sabes quien. No ves nada. Es excitante pero a mí me dio miedo”, describe uno de los informantes y coinciden los otros. La Casita es sucia, se ven condones tirados en el piso, huele horrible, abajo hay un sótano para sadomasoquismo. Está vieja, descuidada, demasiado grande y demasiado bizarra. Como funciona las 24 horas, no te atrevas a pensar desde cuándo no se limpia.



“Lo fuerte de rescatar es la trasgresión de los cuerpos. Hay una violencia fuerte. No le importas en lo más mínimo a la otra persona sino que se trata de llevar al extremo una experiencia sexual que, aunque no es común, puede terminar en orgías o, por lo menos, en tríos”. El sentimiento está anulado. “La primera vez fui acompañado, en plan pareja. Me encantó pero para volver solo”. Disfrutar la adrenalina de fornicar azarosamente con cualquiera.





Burdel de hombres



Margaret Clap, también conocida como “Madre Clap”, fue la regenta de una de las más populares molly houses de Londres. Fue arrestada a mediados de 1726 y su burdel de sodomitas clausurado en nombre de las buenas maneras. La historia de estos lugares encuentra antecedentes en todo el mundo, principalmente en Londres, París y en las grandes ciudades alemanas. La primera molly house, de la que se tiene certeza de existencia, se remonta al año 1690. ‘La comunidad’ siempre ha buscado la voluptuosidad. En palabras del más joven de los consultados, “el pedo (el asunto) gay es muy sexual”.



A principios del siglo XVIII surgió en Inglaterra la Sociedad para la Reforma de Conductas que condujo a una serie de redadas policiales que clausuraron varios lugares de encuentros sodomitas. Sólo durante el año 1726 cerraron una veintena de Molly Houses. En el slang del momento se llamaba despectivamente a los homosexuales bajo el apelativo de mollies, palabra inicialmente utilizaba para nombrar a las prostitutas.



En los registros de aquella época, y en palabras de uno de los agentes infiltrados, las Molly houses fueron descriptas como “casas en las que los hombres se sientan en la falda de otros hombres hablando sucio y practicando demasiadas indecencias”. En el informe policial, se destacaba que estos hombres se llamaban entre sí ‘madame’ o se dirigían como ‘your ladyship’ y también adoptaban nombres femeninos como ‘Princesa Serafina’ o ‘María Madgalena’.



Las descripciones coinciden en que eran “grandes salones con un cuarto adjunto, llamado ‘la capilla’, donde los mollies se retiraban para tener sexo o, como ellos mismos decían, para “matrimoniarse”. Estas primeras redadas empezaron en las tabernas pero se extendieron a casas particulares donde también se organizaban estos burdeles clandestinos.



Durante todo el período de persecución a estas prácticas -desde finales del siglo XVII a mediados del XVIII- hubo una gran ola de suicidios de mollies ya que a la detención judicial seguía una rutina de torturas y ejecuciones (pena de muerte) que muchos prefirieron no vivenciar. Por otra parte, también había detenidos que, lejos del estereotipo gay, debían enfrentar a sus esposas e hijos reconociendo que habían incurrido en “uno de los peores pecados contra Dios y la naturaleza”, como se consideraba la sodomía.



Si bien estas sociedades reformadoras tuvieron éxito en la disminución de herejes y prostitutas en las calles de Londres, no lograron su objetivo respecto a los homosexuales. Según el Reverendo Thomas Bray, uno de los líderes de la Sociedad, los sodomitas constituían “una fuerza demoníaca invadiendo nuestra tierra”. A lo largo de esta represión, también surgieron resistencias violentas que usualmente fueron contenidas por la policía.





¡Bareback Mountain!



En México los vapores, antecedentes directos, existieron desde la década del sesenta y algunas ciudades gay friendly, como Buenos Aires, incorporan los cuartos oscuros como parte de las atracciones turísticas.



En estos locales nunca faltan las cervezas ni los refrescos pero, por ahí, no venden condones. La desaprensión de los dueños de los lugares por las medidas sanitarias incluye la insólita situación de que, en un lugar diseñado para tener sexo, no se consigan condones.



El promedio del cover es de ochenta pesos aunque la mayoría pagaría más por un mejor lugar. “Limpio, con preservativos, con un buen vapor y aplicando restricciones”, son, en resumidas cuentas, las demandas de los clientes. Si bien varias organizaciones -en sus campañas de concientización del VIH- han realizado registros concretos de los cuartos oscuros en la ciudad de México, el vacío legal y administrativo que hay respecto a la regulación del funcionamiento de bares gays, entre otros, ha dificultado la tarea profiláctica. La promoción del uso de condones puede ser interpretada por las autoridades como evidencia de comercio sexual, prostitución, y los locales son sistemáticamente clausurados. Los cuartos oscuros están prohibidos y no logran superar la instancia clandestina que ni siquiera les permite dar ni el más mínimo servicio como es el de ofrecer condones. Protegerse mediante preservativos es una necesidad instalada desde la aparición del SIDA, cuando se dio gran impulso al consejo profiláctico. Sin embargo, actualmente, algunos grupos relativizan este imperativo. “Hay un movimiento gay, el Bareback, que promueve coger sin condón. Se anuncian en Internet, hay comunidades barebacks. Yo hacía una broma que decía que la película Brokeback Mountain, en realidad, era Bareback Mountain porque yo no vi que usaran condón”, cuenta chistoso el buen informante. Otra constante en los dark rooms es el consumo de popper. En los locales no se vende pero todos llevan. El popper es un nitrato que se inhala provocando desinhibición y euforia. Si se esparce en un sauna, apesta.



Otro cantar es el estado en el que llegan estos visitantes y eso depende de la hora. Como funcionan todo el día, o con gran amplitud de horarios, es muy distinto el oficinista que almuerza en un cuarto oscuro a aquel que hace el after de un fiesta o el habitué que prefiere ir los lunes y martes. En general, los domingos a la tarde es ‘zona gay por excelencia’.


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