miércoles, 27 de enero de 2016

AMAR Y SER AMADO EN TIEMPOS DE GRINDR

¿En dónde han quedado aquellos tiempos en los que la comunidad homosexual se enamoraba por medio de miradas, de roces discretos, del amigo del amigo, de los sonrojos o de las pláticas secretas en alguna placita de la ciudad? Seguramente esos amores quedaron confinados en el mismo sitio donde la memoria desechó los años de clandestinidad, en los armarios de los que salimos hace años, en los saunas, en las salas de Latinchat y de Messenger, en los foros de relatos, en las fiestas del amigo maricón del amigo matadito de la secu del amigo gay de closet… El amor que se callaba por miedo a ser descubiertos y juzgados por una sociedad violentamente homofóbica quedó en el pasado y en su lugar se dejó el flirteo descarado, los amores de una noche con tu ligue del antro, los guiños del Manhunt, los superlikes del Tinder y los mensajes privados de Grindr.  

De todo esto comencé a pensar desde mi última visita a Queerétaro, precisamente el último día cuando a mi llegada a la central de autobuses noté que alguien me miraba desde lejos: el amigo de un chavo súper obvio, un chico de unos 27 años, como yo, alto y delgadito, morenito claro, de brazos trabajados pero estéticos y antojables. Me saqué de onda cuando él se cruzó en mi camino y me guiñó un ojo, mientras su amigo súper obvio se reía. Fueron una o dos miradas, antes de que yo me diera cuenta que me estaba “echando el can”, pero no fue hasta que despidió a su amigo obvio para que éste abordara su autobús rumbo a una ciudad en donde lo obvio tendría que llevarse en la sangre, que él se atrevió a acercarse a mí y lanzarme una sonrisa para que yo entendiera que él estaba interesado en mí en “buena onda”, que no le interesaba coger sino ¡hablar! Podría haberme mandado otras tantas señales pero lo nuestro no habría funcionado de no ser porque yo tuve la iniciativa de acercarme y saludarlo, arriesgándome a que él me ignorase o que todo hubiese resultado una tomada de pelo. Se me había olvidado cómo ligar, y aunque él había tenido ese detalle del guiño y la sonrisa, parecía tampoco saber cómo dar el siguiente paso. Me avergüenzo al reconocer que minutos antes tenía mi celular en la mano con Grindr abierto, conversando con algún chico de la ciudad, esperando que alguien me invitara a su casa a coger, a que hubiera un motivo con forma de culo o de pene que me hiciera quedarme más horas en Querétaro. Pero lo que me hizo quedarme un rato más fue, muy contrario de lo que habría imaginado, una sonrisa tonta y una plática de varios minutos en los que mi pene no tuvo protagonismo. Y lo mejor de todo, es que fue agradable.

Hace un año terminé mi último noviazgo (uno de conflictivos 7 años) y aunque todo fue para bien, ahora que estoy justo en los 27 noto que cada vez me cuesta más trabajo relacionarme con otros chicos y me pregunto si alguna vez volveré a “enamorarme” y que este sentimiento dure aún después de haberme corrido. Ya no recuerdo cuando fue la última vez que converse “en buen plan” por más de una semana con alguien en whatsapp o en Grindr. Y creo que fue hace mucho desde que pude hacer un amigo gracias a Manhunt. Lo mío, como lo de muchos otros gays, se ha convertido en una historia de agregar, quedar, coger, eyacular, ignorar y bloquear; de un ¿qué buscas?; ¿tienes lugar?; ¿te va un trío? Y cuando en verdad me he puesto serio y he querido hacer un amigo con deseos de hacerlo mi novio, la gente me ha resultado tan superficial que termina aburriéndome su existencia y termino por dejar de contactarlo. Pareciera que mi instinto para lograr una relación amistosa de forma racional en la que el sexo no esté de por medio a través de las redes sociales me es simplemente imposible.

Empiezo a creer que es cierto, que las apps no son para encontrar amigos o novio. Empiezo a creer que la libertad que ganamos los gays entre la sociedad generó una descomposición en nuestras relaciones interpersonales. Mi mejor amigo gay de la prepa parece ser la prueba viviente de ello: por más que ha intentado agarrar novio por este medio, se ha topado con chicos que lo buscan para tener sexo y que al mostrar él su intención “en buena onda” terminan desapareciendo de su vida. Bien dicen los blogeros de Estados Unidos que la nuestra es la “generación hookups”.

No quiero ser fatalista, pero me encuentro en esa etapa en la que siento que terminaré soltero y con el corazón igual de adolorido que el culo. Me preocupa sentir que el amor es una idealización y no una realidad. Y me desespera que al resto de los chicos a mi alrededor parezca valerles una mierda, tan es así que cuando me canso de pensar tanto en esto, a mí también termina valiéndome una mierda. Y vuelvo a abrir el Grindr, vuelvo a dar likes al por mayor en Tinder, y cuando un chico deja de responder mis mensajes después de dos días, encuentro a otro, y éste es sustituido por otro, y de ellos parece que el más interesado en iniciar algo más que pasajero está a 350 km de distancia de mi ubicación.

El amor gay en tiempos de las redes sociales está a disposición de unos pocos. ¿De los que quieren? ¿De los que pueden? ¿De la perseverancia o la suerte? En los perímetros de este mundillo gobiernan las divas; los mírame pero no toques; los no me mires, no me hables, no me toques; los nunca es suficiente para mí; los no eres suficiente para mí; los chancla que tiró no  vuelvo a levanta.; ¿Qué tan cerca estoy de llegar a formar parte de esa fauna?

Me parece patético decir esto ahora cuando hace apenas diez años pensaba que esta era la frase más estúpida del mundo: me quiero enamorar de verdad.

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