martes, 3 de marzo de 2015

Theatron, Bogotá: El rey de la rumba gay no sabe bailar

Edison Ramírez, el dueño de una de las discotecas más grandes de Colombia, tiene, además, siete edificios de apartamentos, arrendados en su mayoría a la comunidad LGBT.

Vive con su mamá, dice que es un hombre aburrido, odia la cerveza y en sus viajes no para de pensar en su próxima empresa. ¿Cómo pudo convertirse en el rey de la rumba gay un hombre abstemio que no sabe bailar?


El médico levantó su camisa, puso el estetoscopio frío en su pecho y lo deslizó con lentitud sobre su piel. Edison Ramírez tenía cinco o seis años, y recuerda que le gustó mucho la sensación. En ese momento, sus papás y hermanos lo vieron jugando al médico con sus amiguitos, y pensaron lo inevitable: Edison iba a ser médico. 

Pero no. Lo inevitable iba a ser otra cosa, algo que su papá se empecinó en enderezar, pero no logró. Él era un hombre en todo el sentido de la palabra: había estado en la Armada, jugaba fútbol, era ingeniero mecánico, trabajaba en exploración de suelos y un toro le tumbó los dientes en un intento de toreo. Por eso, el pequeño Edison no podía ser menos.

Los domingos se despertaba a las 8 a. m. para ser el arquero en partidos de fútbol a doce goles. Si perdían, su papá exigía revancha, y Edison debía soportar más balonazos del pelotón de fusilamiento. Al final, su papá invitaba a gaseosa a todos los niños, no importaba si hubieran ganado o perdido. Y todos lo amaban, y todos esperaban con ansias que llegaran los partidos de fútbol del domingo, menos Edison. 

Hubo otros intentos. Edison iba con su papá al estadio, pero tampoco eso llamó su atención. Luego, lo llevaron a un psicólogo, que lo puso a escoger dos juguetes entre los muchos que había en una habitación. Él, en su malicia, escogió un carro y un balón de fútbol. Después, fueron a ver una corrida de toros, pero lloró cuando mataron al animal, y al llegar a la casa en la noche su papá le dijo a su mamá: "meta a ese niño a clases de ballet".

Después, sus dos hermanos se unieron a la cruzada del papá y le decían al pequeño Edison que tomara guaro y cerveza, que eso era para machos.

-Pero como yo era gay, no tomé- dice Edison, y su cara estalla en una risa gigante de burla y su gran mano golpea con fuerza el escritorio de madera de su oficina. Un golpe como el de todo un macho, del que habría estado orgulloso su papá. Por eso Edison dice que él nunca salió del closet, porque todos siempre lo supieron. "Yo nací del closet".

Y también llegaron los chistes. Su papá empezó a decir que un marica pobre era un pobre marica, pero que un marica con plata era un gay. Y Edison entendió muy bien de qué se trataba el juego, tan bien que, incluso, le dio trabajo a su papá en su imperio gay durante un tiempo, como distribuidor de hielo y licores.


***

En su niñez, Edison jugaba al banco con su hermana, y su abuela y una tía materna comerciaban con mercancía del barrio San Victorino, que luego vendían más cara en otros sitios de la ciudad. Por ese ejemplo comenzó a vender dulces y canastas de mimbre que decoraba con cintas de colores.

Desde ese entonces, Edison empezó a hacer negocios, y hoy bien puede tener un imperio más grande que el de Andrés Jaramillo, Harry Sasson o Leo Katz, que consiste en una perfumería, el Hotel L'Etoile, Theatron -de 6.730 metros cuadrados- y siete edificios que remodeló por completo y que le tiene arrendados a más de cien inquilinos, la mayoría de la comunidad LGBT.

-Eso es algo que no me propuse. Todo empezó por el boca a boca, y ahí me di cuenta de que esa era una gran necesidad de la comunidad. Porque "quién, si no es un gay, le arrienda un apartamento a una transexual" -afirma. Él sabe que su negocio ha florecido en gran parte gracias a la discriminación sexual. Sin embargo, nadie puede negar que su imperio ha sido de gran ayuda para que los discriminados tengan su propio lugar en la ciudad.

-Los heterosexuales tienen la Zona T, y nosotros tenemos Plaza Rosa -dice, mientras camina por un parque al aire libre que recibe ese nombre dentro de Theatron. El lugar está rodeado de casas de diversos estilos arquitectónicos, desde art decó hasta construcciones típicas de un pueblo alemán. Dentro de cada una hay un ambiente diferente, con su música y decoración particular: billares con música rock y pistas para bailar reggae, salsa, merengue, reguetón o música negra.

Pero cuando era niño, Edison también jugaba con Estralandia, ese juego de bloques de plástico que buscaba reemplazar en Colombia al Lego. En cierta forma se puede decir que es dueño de Theatron para poder ser arquitecto. Cada vez que puede lo remodela y camina por sus pasillos en la búsqueda de errores, desniveles y resquicios entre placas que hay que reparar. Las sillas, por ejemplo, están pegadas del piso, porque odia ver un sitio con sillas desordenadas por todo el lugar, y todo el tiempo piensa cómo burlar columnas y cómo tener más espacio. De hecho, en la biblioteca de su oficina hay en su mayoría libros de arquitectura y tiene un kit de instrumentos tecnológicos de los que se burlan los obreros con que trabaja: casco, metro láser y un dispositivo ultrasonido para detectar tuberías en la pared.

-Las fotos que tomo en mis viajes son aburridísimas. No hago fotos mías, sino primeros planos de lámparas, fotos de escaleras y de detalles arquitectónicos de los sitios a los que viajo -dice, mientras muestra en el computador sus fotos en Las Vegas, Europa y varios cruceros, un plan que le encanta, sobre todo, para ir a pensar.

-La gente se aburre conmigo en los viajes, porque todo el tiempo pienso en cosas aburridas. Por ejemplo, hace poco estuve en un crucero gay en el Allure, el barco más nuevo de Royal Caribean. Todo el tiempo estuve pendiente de cómo iban a embarcar y desembarcar a 5.400 personas, y cronometré los tiempos de cada proceso.

Por eso, no es exagerado decir que Theatron es como un crucero anclado en medio de Chapinero. Gracias a ese viaje en el Allure, Edison estudió el movimiento de las personas y supo cómo tenían que ser los vestiers de su discoteca, y desde entonces impuso un sistema de manillas de colores para direccionar mejor a la gente en el recinto.

-Es muy común que la gente me diga que conocieron discotecas gay en otros países y se sintieron desilusionados. Theatron en verdad tiene muy buen nivel, gracias al poder del ojo del dueño -dice, y afirma que su intención es llegarle a los estratos tres y cuatro, que son personas que no pueden viajar, pero que, al entrar a Theatron, no necesitan de nada más. 

Este tipo de detalles no son excesos de una mente maniaca, si se sabe que cerca de ocho mil personas pueden entrar a Theatron en una noche, para ser atendidas por 300 empleados, la mitad de ellos en un ejército de seguridad que opera dentro y fuera de la discoteca.

-Los ladrones roban desde la calle 60 hacia el norte. Aquí no -afirma, y aclara que él mismo abre y cierra la discoteca todas las noches, y la recorre todo el tiempo, recogiendo botellas y vasos del piso, tomando un Red Bull sin azúcar, cuatro botellas de agua y mucho chicle.


***

Estaba en un camerino con el equipo de volleyball en el que jugaba y oyó que uno de sus compañeros se quejaba de que en su barrio había un bar gay. Días después, le preguntó por el lugar donde vivía, y al terminar el entrenamiento salió para allá, a la calle 95 con carrera 15.

Se paró en una esquina y empezó a ver que hombres solos, vestidos de negro, muchos con sacos de cuello de tortuga, entraban en un bar. Después de mucho dudarlo, se aventuró, abrió la puerta, entró al fondo de la barra y pidió una gaseosa. Se sintió ridículo: llevaba un maletín gigante, con un balón adentro, y una camiseta blanca que contrastaba con la ropa oscura del resto de los hombres del bar.

En la pared detrás de la barra había un espejo, y en él vio por primera vez a dos hombres besándose. Tuvo muchos sentimientos encontrados. Hacía poco había perdido la virginidad con una mujer siete años mayor que él, compañera suya de estudios de la carrera de administración hotelera.

-Con esa vieja me sentí violado -dice, y vuelve a golpear con fuerza la mesa mientras se ríe.

La mirada de alguien se chocó con la suya en el espejo del bar. Edison tenía 17 años en ese entonces, y el hombre 42. Era alemán, trabajaba en una farmacéutica. Fueron pareja durante ocho meses, hasta que lo trasladaron a otro país.

-Vivía muy lejos, en Suba. Ese día, en el carro, pensé que me iba a pasar de todo, pero estuvo muy bien. Fue muy respetuoso, muy paciente al aguantarse todas la bobadas de un adolescente, y creo que gracias a él aprendí a no ser rumbero y ser más tranquilo y relajado.

Edison es de esas personas que tiene un relato de su vida coherente, en el que conecta hasta el más mínimo detalle con un sentido total que explica el por qué de su personalidad. Todo en él es orden, aunque en ocasiones es despistado. Por ejemplo, no tiene llaves de su casa, porque, para no botarlas, instaló un sistema de cerradura con clave. Sin embargo, en cuanto al tema del dinero, es cuidadoso en extremo: lleva una contabilidad de sus gastos personales, y siempre puede decir cuánto dinero tiene en su billetera.

-Soy muy ahorrativo, pero no soy avaro. Soy generoso con quien debo ser generoso -explica, y cuenta que, por ejemplo, siempre viaja con su mamá y hermana, que es su mano derecha en el negocio. La hija de ella, por ejemplo, estudia en el exterior gracias a su ayuda.

Como todo hombre que dice ser aburrido, Edison, a sus 43 años, vive con su mamá. Ahora está soltero, pero confiesa que ha llevado hombres a su casa y que han desayunado juntos con su mamá, quien, cuando debe decirlo, le advierte qué muchachos no le gustan para su hijo.

-Es horrible que la mamá de uno le diga que ese muchacho no le conviene -dice, y vuelve a reírse de sí mismo, algo que hace todo el tiempo.

-¿Ha pensado en lanzarse a la Alcaldía de Chapinero? -le pregunto.

-La gente me ha dicho muchas veces que lo haga, pero me sentiría muy frustrado. Yo estoy acostumbrado a que las cosas se hagan a mi ritmo, y la burocracia me mataría -responde.

Gracias a la innovación constante, Theatron es una de las pocas discotecas de Colombia que no ha pasado de moda. Edison dice que muchos han intentado competirle, pero que él siempre ha salido victorioso gracias a una cosa: no es un hombre rumbero.

-Hay gente afuera con muy buenas ideas, pero todos están pagando la cuota de aprendizaje -afirma.

-¿Cuántos años le quedan a Theatron? -le pregunto.

-Acabamos de lograr que nos arrienden el edificio por diez años más.

-¿El edificio no es ustedes?

-No, nunca han querido vendérnoslo -dice, y se nota en su mirada un poco de frustración por no poder ser el dueño de su propio reino.

Agosto de 2012
Simón Posada Tamayo
Editor Vive.in

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