miércoles, 23 de noviembre de 2016

Movida gay nocturna se diversifica y profesionaliza en Montevideo


La movida gay nocturna montevideana se expande y diversifica, nutriéndose de público local y de turistas. A las discotecas, se suman restaurantes, hoteles y ofertas teatrales dedicadas a los amantes de la "diversidad sexual".

Montevideo tiene tres discotecas ya tradicionales donde se concentra el público gay: la más antigua es "Caín" (en Cerro Largo y Arenal Grande), a la que concurren en especial los más jóvenes. Tiene una buena infraestructura, shows de transformistas y DJ reconocidos nacionales y extranjeros.

"Il Tempo" (en el Parque Rodó) y "Small Club" (Brandzen 2172, bis) trabajan en forma conjunta. La primera es una discoteca y el segundo un pub, estilo café concert, donde se puede cenar, tomar algo y es habitual hacer la denominada "previa" a la discoteca.

La otra discoteca es "Chains" (en Soriano 827), que cuenta con espectáculos de humor y transformismo.

"Estos son los lugares más exclusivos de la noche montevideana, aseguró Ariel Núñez, de Gay Travel Map (una guía de servicios para el turismo gay que se edita en varias ciudades de América), quien reside en Buenos Aires.

"Si tenemos que hacer comparaciones, que siempre son odiosas a mi parecer, podemos decir que la noche porteña dura toda la semana, cosa que no ocurre en Montevideo", donde la movida va de miércoles a domingo, comentó.

Núñez señaló que otro "movimiento importante que se está dando" es la movida teatral, "que en Buenos Aires cuenta con gran cantidad de obras temáticas". Agregó que en Montevideo "está empezando a armarse un movimiento teatral con obras autóctonas".

Turismo.

Uruguay capta una parte significativa del turismo gay de la región, hasta el punto que fue catalogado como el país "más amigable" para el turismo gay en América Latina y el sexto en el mundo por la revista Spartacus (referente mundial del turismo de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (LGBT).

Adrián Russo, representante de la Mesa de Turismo Friendly en el Conglomerado de Turismo de Montevideo, destacó la profesionalización del sector. "Hay más hoteles, más entretenimiento, mejor gastronomía, más oferta cultural" para ese segmento", dijo.

Según Ruso, las discotecas y pubs eran "una necesidad del colectivo" de tener lugar "donde no se viviera la discriminación que podía existir en otros lugares". "Hay mucha gente que se pregunta si una discoteca gay no está discriminando" a otro sector de la población. "Lo que pasa con esto es que la gente de la comunidad tiene un lugar donde estar tranquila con su pareja, sin que nadie les diga nada si se toman de la mano o se dan un beso", relató.

Agregó que él "no lo llamaría moda", pero "cada vez viene más gente heterosexual a bailar a lugares gay o gay friendly".

"Las chicas van a veces a lugares heterosexuales y los chicos las cargan o acosan; acá es más libre, vienen, disfrutan de la movida y listo", explicó.

"Creo que es otro punto de referencia. Antes había algunos lugares de heterosexuales donde la gente gay iba y se sentía bien, o iba directamente a un boliche gay. En este caso, el público heterosexual empieza a elegir el lugar gay por tranquilidad, más disfrute, porque dice que la gente es más divertida y libre. Eso también ha profesionalizado mucho y originado propuestas divertidas", sostuvo.

Ricardo Acosta es uno de los propietarios de "Caín", que en diciembre de este año celebrará 17 años de existencia. Dijo que el cambio más grande lo notó unos siete años atrás, "cuando Montevideo comenzó a identificarse con lo que venía de Europa, Estados Unidos o Buenos Aires, de salir del closet y de los derechos de los homosexuales".

"Empezó a haber una movida gay socialmente aceptada y valorada por los comerciantes", afirmó. Señaló que a "Caín" va también publico heterosexual. "Es un boliche hetero friendly. Antes quizás era más cerrado". La discoteca es uno de los lugares referentes para el turismo gay que llega al país. "Trabajamos con muchísimo turismo, en feriado largos y en vacaciones se llena de brasileños", que en general se informan antes de viajar sobre los principales centros de la movida nocturna gay.

Carlos Sarli, uno de los socios de Acosta, acotó que el fenómeno también se da desde el interior hacia Montevideo. "Empecé a darme cuenta de eso, de gente que viene a pasar el fin de semana para venir al boliche. Reservan hotel cerca y vienen del interior, donde no tienen muchas opciones". Contó que hay jóvenes que llegan con un bolso de ropa para cambiarse en el propio boliche.

"Si recorrés las discotecas, el espíritu que tiene una disco gay es totalmente libre. No está todo el mundo observando qué hacen los demás, como en una disco hetero, sino que cada uno hace lo que quiere. Esa es una característica que tiene `Caín` y a mucho público hetero le termina gustando eso de sentirse libre", agregó Sarli.

Tanto "Caín" como "Il Tempo" tienen previsto realizar fiestas hoy viernes, luego de la Marcha de la Diversidad

En tanto, una vez al mes se realiza la fiesta Zarp; el lugar varía en cada ocasión. Esta fiesta surgió de la iniciativa de dos amigos (Flavio Pazos y Raúl Almandós) de hacer algo distinto en la escena gay local.

"Notábamos la falta de propuestas para nuestros amigos y conocidos. Hace ya más de un año que nos encontramos con Raúl en un boliche y los dos poco conformes con lo que veíamos decidimos juntarnos y hacer esta fiesta". Debido al éxito que tuvo, "la gente nos pedía que hiciéramos otra, y así fue, que decidimos hacer una al mes. Intentando llevar a nuestros amigos a los mejores boliches o posibles locaciones de Montevideo", dijo Pazos.

La fiesta se hizo en W Lounge, Lotus y Plaza Arocena, entre otros sitios.
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domingo, 6 de noviembre de 2016

Cómo sobrevivir a una noche de antro gay en Ciudad de México

Pese a los avances en el reconocimiento de la diversidad sexual y en particular del movimiento gay durante las últimas décadas, las resistencias —y aun la intolerancia— permanecen. Pero las expresiones de esa diversidad continúan, cada vez más visibles, como lo muestra esta edición sobre la actualidad de sus ambientes, manifestaciones culturales y literarias. Iniciamos con un recorrido libre de todo clóset y censura por algunos de los antros que forman parte del mapa actual, un tanto subterráneo, un tanto clandestino, de los espacios distintivos de la fiesta y el ligue en la vida gay capitalina.


Por Wenceslao Bruciaga

No recuerdo si el Viena fue mi primer bar gay. A mediados de los años noventa circulaba de forma gratuita Ser Gay, un pasquín del tamaño de un cuarto de una hoja carta que conforme la desdoblabas llegaba a ser tan grande o más que un periódico Excélsior de los sesenta, las yemas de los dedos te quedaban embadurnadas de manchas negras y casi indelebles, como esas que te ponen después de votar en una elección. Ser Gay era una guía de tiendas, sex shops, antros y clasificados de hombres buscando café, sexo y amor. Ahí vi el nombre del Viena por primera vez. Que se describiera como cervecería y cantina me significaba una probable fantasía de hombres que quizás la encarnaran con sobredosis de testosterona de una mezcla entre cualquiera de los Hermanos Almada y Humberto Zurita; que no tuviera cover era una gran ventaja para que la calentura homosexual pudiera liberarse a chorros a los 18 años.

Sí habían varios sombreros vaqueros flotando por encima de las mesas cuadradas de formaica que intentaban dar el gatazo de madera, pero eran más bien como variaciones de Enrique Álvarez Félix ligando con sombrero vaquero. Creo que los señores que llamaban mi atención no vestían como los Hermanos Almada sino como Sergio Goyri cuando daba vida al detective Belascoarán, en las películas inspiradas en Paco Ignacio Taibo II.

No sé porqué se me vino el nombre del Viena a la cabeza cuando el Carlos Velázquez preguntó por una cantina para beber cervezas después de una mesa en la que discutimos sobre el Nobel de Literatura a Bob Dylan; después Víctor Lenore presentaría su libro Indies, hipsters y gafapastas, cuyo nombre es genialmente engañoso pues se trata de una feroz crítica a una de las generaciones más consumistas y enajenadas de la historia, en el marco de la FIL del Zócalo 2016.

Tal vez no queríamos vernos indies sentándonos en cualquier lugar de mesas comunales y cervezas artesanales de casi cien pesos cada botella después de la reflexión del Víctor.
El Viena

Siglos (por aquello de que el régimen del tiempo gay, a veces, me da la impresión que es similar a la edad de los perros: tres meses de relación estable con otro cabrón parecen dignos de bodas de plata) de no pisar el Viena, la cervecería a unos cuantos pasos del Eje Lázaro Cárdenas, en República de Cuba, en el Centro Histórico, al lado de otra cantina, El Oasis, un centro de espectáculo travesti, de homosexualidad fosforescente y algo grupera.

En 2016 los sombreros vaqueros siguen apareciendo en el Viena, aunque ahora los portan algo así como clones de AB Soto, el cantante de Los Ángeles que es la versión jotísima hardcore de Gerardo Ortiz cuyo motivo ideológico, según él, es burlarse de los estereotipos más comunes del machismo mexicano entre lentejuelas y un descarado asalto al fetiche naif-porn de los artistas Pierre et Gilles; yo digo que justificar la jotería teorizando tus actos es una forma de ondear la bandera blanca en la guerra contra la moral buga.

Jotéale sin dar explicaciones y que los bugas se chinguen y se aguanten. Sólo los culpables se justifican. En fin, incluso hay quienes se recortan la barba con la misma contención que Soto.

Nos sentamos alrededor de la mesa, el Velázquez, Lenore, Ángela, Idalia y el David Celestino. También permanecen intactos los mismos espejos panorámicos en la parte izquierda del Viena y los mismos meseros gruñones de bigotes anticuados que me sirvieron mi primera cerveza hace más de treinta años, resignados a atender a parroquianos homosexuales desde poco después de la segunda mitad del siglo pasado, cuando el Viena abrió sus puertas por primera vez y casi en automático se convirtió en un refugio clandestino para homosexuales de la capital azteca (según el historiador y activista gay Alonso Hernández el Viena asumió oficialmente su estatus de cantina gay hasta el 2000), sólo que ahora caminan un poco más jorobados que de costumbre, fatigados y canosos y con actitud regañona pero bondadosa al mismo tiempo.

—¿Qué cerveza tiene?

—¡Qué no está viendo la carta que tiene frente a sus narices!

Nos gritó con una sonrisa con la que era difícil molestarse. Los meseros no son los únicos. Otras cosas han cambiado: ahora las mesas son redondas, adheridas al piso, y muchas tienen en el centro enormes artefactos que consisten en un tubo transparente como de un metro de largo relleno de cerveza, han puesto macetas y sillones naranjas al centro y banderas de arcoiris y parece la retorcida combinación de una cafetería Vips de provincia con el lobby de un hotel del tipo Fiesta Inn.

Sigue siendo un punto de encuentro para gays, aunque los solitarios rebasan los cincuenta años y la talla 36 de cintura, y se ve que se untan esos menjunjes que desvanecen las canas. Los jóvenes, la mayoría, han quedado aquí después de intercambiar palabras en páginas como el Manhunt o apps para smartphones como el Grindr o el Scruff. También se juntan grupos de amigos que besan a los meseros como si fueran parte de su pandilla.

El Viena no ha escapado al perverso fenómeno de la gentrificación, pues también vienen tipos con el último botón de la camisa estrangulándoles el cuello y sus chicas con botas Dr. Martens y actitud de feminismo alternativo.

Justo cuando la rockola empezó a prenderse con canciones de Madonna, tuve que separarme del grupo, pues había quedado con un bato en el Guilt de Polanco, el club que de algún modo retoma la famosa cadena de las discotecas bugas de los ochenta, para esa parte de la comunidad gay que ve en el consumismo frito la forma más eficaz de inclusión y pertenencia. Me despedí con la promesa de volver así fuera a las ocho de la mañana. Emprendí la retirada. Cuando salí a la calle, ya había movimiento febril en El Oasis y más adelante, donde están el Marrakech y La Purísima, los clubes que lo mismo programan a Thalía que a los Pixies. Se podría decir que son la opción alternativa del parámetro gay chilango.
Guilt

En la esquina de Anatole France y Presidente Masaryk se encuentra un pequeño mall con el mismo nombre del fundador de la República de Checoslovaquia, incluso hay un busto de él, en medio de las boutiques de corbatas y vestidos de novia y habanos de precios desorbitados, restaurantes gourmets y el par de antros escondidos al fondo. Uno de esos es el Guilt.

Mientras esperaba al bato vi un grupo de jóvenes, debían ser más de treinta y tener menos de treinta años, hombres la mayoría con zapatos beige, ellas en el mismo molde de minifalda minimalista y tacones negros, sólo cambiaban los colores y acaso los peinados y los tintes. Discutían. Por lo que escuché, por culpa de uno de ellos no lograron cruzar la cadena de un antro. Se sentían unos perdedores.

Cruzar la cadena es parte del ritual de la mayoría de la diversión nocturna de Polanco.

Si no fuera por el dueño y el gerente, que son buenos compas, simplemente no podría entrar con mi camiseta que llevaba aquella noche, con la portada impresa del His ’n’ Hers de Pulp y unos tenis que le hacen juego al saco del bajista Steve Mackey y al top de la tecladista Candida Doyle. Hasta donde sé, aquí sólo se puede cruzar la cadena custodiada por un tipo de cuerpo ancho y gafas de montura de aluminio en camisa y zapatos, más 250 pesos de cover; 200 si contactas al gerente que también es relaciones públicas, te anota en una lista de invitados y te ahorras 50 varos.

El bato llegó con la barba más crecida y no pude evitar tener erecciones y fantasías desmedidas. Los gays somos algo así como adolescentes perpetuos que creemos que una noche de antro será la más lujuriosa de nuestra vida. Irrepetible. Me apresuré a apantallarlo, demostrando que no sería cualquiera el que se la metería.

Las cosas como son: nunca espero más de quince minutos un sábado afuera del Guilt, el único día que opera, a pesar de la reseña que escribí para TimeOut México hace ya varios años y donde no salieron muy bien parados, por lo mamón de la entrada y los precios y la actitud de algunos de los clientes; que el dueño no se haya ofendido y haya aguantado vara sin caer en el plan de la víctima me pareció un acto de estoicismo valemadres. Nos hemos hecho buenos cuates desde entonces y como norteño que soy, la amistad pesa más que mis prejuicios. Soy un fan desquiciado de Black Flag y Minor Threat pero también un pinche cursi, como buen puto.

Como el Viena, tenía siglos gays de no venir. Hace mucho que decidí anteponer la buena música, o la que me gusta, que es por lo general buena, por encima de mi homosexualidad paria. La última vez que estuve aquí, Karen, una gran amiga y yo tuvimos que sobornar al DJ para que nos pusiera al menos una canción que no siguiera la rutina de ese pop desmedidamente ingenuo, inofensivo y sumiso que ha enajenado a hordas de homosexuales desde los noventa. Una pinche rola de los Sisters of Mercy nos costó 500 pesos. Al menos fue la versión extendida de Dominion.

Ahora abunda la madera y los grafitis aburguesados sobre barras de cedro, la consola del DJ se ha movido a uno de los extremos del salón, por lo que la pista de baile se amplió y la clientela convencida de que disfruta algo mucho más selecto que los mortales, compuesto por gays jóvenes, chicas bugas y señores homosexuales atravesando la crisis de los cuarenta, algo mamados y de lejos interesantes, pero ya que te acercas parecen la versión canosa de una mezcla entre un YouTuber ansioso de ser patrocinado por una marca de tenis y algún miembro de Acapulco Shore. Han instalado un cuarto con música un tanto más house de cepa e independiente.

Por lo demás todo sigue igual, el techado cubierto de un laberinto de luces robotizadas y caleidoscópicas. Ese sábado me pareció ver muchos mirreyes heterosexuales sintiéndose liberales por rodear la cintura de sus novias entre gays de camisas planchadas con la misma precisión que un primer día de escuela.

La música en el salón principal también sigue siendo más o menos igual que la última vez que estuve aquí, más o menos atrapada en 2007. Lady Gaga por ejemplo.

El bato y yo fuimos a la barra. En el Guilt los tragos cuestan el doble que en el Viena pero el gerente invita unos vodkas, lo cual nos viene de maravilla, así nos alcanza para comprar el doble de pastillas de éxtasis. Dos chicos próximos a unos portavasos, con barbita diluida, peinados y sacos, siguen mentando madres contra la marcha que defendió la geometría de la familia normal que al menos yo ya había olvidado. Conversaciones como éstas se han potenciado desde la legalización del matrimonio igualitario en la hoy Ciudad de México. Hablar de cosas políticamente correctas es parte del outfit. Lo curioso es que hablan de la solidaridad feminista con las chicas o del Frente Nacional por la Familia o del machismo de los comerciales de Tecate como hemorroides conservadoras a las que hay que extirpar, cuando en muchos sentidos el Guilt es más allegado a la idea de un sábado conservador que una promesa nocturna que se proponga transgredir la normalidad casi asexuada que habita en las mentes de los que apoyan a la familia normal —tal cosa sería en todo caso una orgía. Los dos chicos también hablan de la posibilidad de la próxima boda de un amigo suyo con un cabrón. Trato de fingir que el barman no me escucha para cachar algo más de su plática. Al parecer los futuros novios se conocieron aquí. Se respira algo de ansiedad por la búsqueda del marido ideal. Hablan de desayunos, cucharear y ver series como East Siders en Netflix como un cocainómano saborea el polvo blanco mientras espera al dealer. La conversación entre los chicos me detonó un déjà vu de las noches de disco sabatinas de Torreón, cuando mis primas se emocionaban porque un batillo que se decía ser gerente de una sucursal bancaria les invitaba tragos y todos sabíamos que ninguno de nosotros terminaría mamando verga, porque qué pensaría la sociedad lagunera. Recuerdo que también se paseaban los galanes de cinturón piteado con hebillas bañadas en litros de oro puro que aplastaban a los gerentes de banco como cucarachas, seguro eran protonarcos.

El ligue en el Guilt o su hermano el Envy, que sólo abre los viernes y que en teoría tiene su playlist volcada al pop en español cuando en principio aquí sólo pincharían música sajona, de algún modo cumple la fantasía de levantar al güerito de la novela de las nueve de la noche. Hasta donde tengo entendido, lugares como el Guilt te venden la idea de que probablemente no te acostarás con gente común, según la canción de Pulp. Es más, que ni siquiera te acostarás. Por eso muchos asiduos agradecen el filtro de la entrada y que varios se queden afuera, pues tal proceso de selección es garantía de que aquí sólo bailarás con gente bonita. Un antro para supuestamente conocer al marido que sería más del agrado de tu mamá que un amante que te rompa el cuello.

Soy de la rupestre idea que los antros gays se hicieron para conocer a un cabrón que te destrozará el culo o para montar una pequeña orgía hasta que amanezca, pero parece fuera de lugar en estos tiempos de corrección política. Aunque en el fondo y ya entrada la madrugada todos pensemos en quién tendrá la verga más grande del mundo.

A ver, que no es el antro gay más caro y pretencioso. Nunca me la paso mal, en parte se debe a que no ponen en duda mis camisetas de Pulp o Black Flag o los Beastie Boys o Negú Gorriak ni los sombreritos que me cubren la calvicie, a veces prohibidos o eso entendí. Es sólo que me llama la atención la dinámica de lugares como éstos en una época donde supuestamente los homosexuales hemos conquistado derechos y visibilidad nunca antes imaginados.

Me hubiera quedado más tiempo y volvería a corromper al DJ pero es de mala educación hacer esperar al dealer, así que debo despedirme con la promesa de que no pasará un lustro antes de volver a pisar el Guilt.

Boy Bar, Nicho’s Bar y la Zona rosa

Mi amigo y yo nos metimos la tacha desde el Paseo de la Reforma. Se nos ocurrió mezclarla con cafeína sólo para ver qué pasaba. Nos la vende un tipo obsesionado con los maratones. Vende tachas al interior de su Fiat amarillo canario para pagarse tenis de corredor de más 2 mil 500 pesos e inscripciones y boletos de avión a distintas ciudades del mundo. Nunca he sabido si es gay y aunque me dice que las pruebe en el asiento del copiloto mientras me acaricia la rodilla, prefiero probar su mercancía cuando su cabeza rapada no me confunda. No me quiero imaginar si la tacha me hace efecto y resulta que mi dealer no es gay. Él correrá por todas las calles de Boston pero yo boxeo en los Baños Lupita de Tacubaya así que...

Caminamos por el cuadro más agitado y gritón de la Zona Rosa. Nos metemos al Almacén de la calle de Florencia que se ha vuelto un bar improvisado e incómodo, estaba hasta la madre de lleno por lo que a cada rato me pisaban el dedo gordo del pie, lo cual es como si me lo mutilaran pues justo en la punta de mis tenis llevo escondidos los frasquitos de poppers, maniacos de potentes, que me traje del gabacho, uno por cada pie. Como no quería terminar cercenado bajamos a su legendario sótano, El Taller, que fue propiedad de Luis González de Alba, pero ya no es lo que era en los noventa, cuando lo conocí. Lo vi descuidado, como patio de un taller de refacciones. Nos fuimos al Nicho’s, la cueva para osos en la calle de Londres. Se supone que los osos son ese sector del colectivo gay que apuesta por llevar el fetiche de masculinidad, panzas, pelos y barbas hasta el límite. Pero en el Nicho’s a veces parece más bien una congregación de hombres diabéticos concursando en un reality tipo La Voz que buscan a la doble de Amanda Miguel o Paquita la del Barrio. Ya sé que hoy está de moda renegar de los fetiches masculinos pues según muchos no es una excitación propia, sino una diabólica estrategia complotada desde las entrañas del heteropatriarcado, pero a mí me valen madres sus supersticiones queers. Jotéenle lo que quieran y quédense sin saliva con chaquetas académicas, a mí no me excita. Punto. Pareciera que el discurso antimachista mediante la jotería es el nuevo catolicismo, y como la Virgen del Tepeyac, pobre de ti si se te ocurre cuestionarlo, o peor aún, negarlo.

Aun así el Nicho’s es un bar divertido y sobre todo relajado.

Escuchamos un par de canciones y seguimos caminado en lo que nos pega la tacha para luego irnos a explotarla como depravados.

En Amberes, la calle más colorida de la Zona Rosa, la que más bares gays aglutina y la responsable quizás de darle la identidad de barrio gay millenial, descubrimos una vitrina con vista a la calle, donde un go go dancer musculoso y rapado, de piel chocolate, hace un torcido número del otro lado del vidrio para entretener a los transeúntes, acaso convencerlos de entrar. Se trata del bar antes llamado Lollipop, antes llamado Boy Bar y que tras una remodelación vuelve a llamarse como en sus orígenes, que recién tuvo una monumental fiesta de reinauguración. Caímos en la trampa de la vitrina que evoca la leyenda de Amsterdam y nos formamos en la hilera de los que muestran sus credenciales de elector a los hombres de seguridad para poder entrar. El cover es de 45 pesos y la verdad es que me sorprendió su nueva imagen. En la parte donde antes había un cabaret-karaoke ahora es un hot room sólo para hombres con un espectáculo de regaderas donde strippers se dedican a atizar las fantasías homoeróticas de los parroquianos con una selección de techno como emparentado a la tradición de Detroit del que casi no pulula en el resto de la Zona Rosa. También hay un cuarto oscuro más oscuro que cachondo, pero está bien para un rapidín sin necesidad de buscar motel.

En la planta alta el espíritu de la Zona Rosa volvió a la normalidad. Aunque a diferencia de cuando era el Lollipop, la decoración es más minimalista. A decir verdad, exceptuando los códigos de vestimenta y los costos, los antros de la Zona Rosa no son muy distintos al Guilt y el Envy, sobre todo en cuanto a la música, ciertas andanzas contenidas y el grupo de amigos que se solidarizan mediante las reglas de homogenización básica y de afeminamiento domesticado impuesto por series como Glee o Sense 8.

Sin embargo hay algo fresco en el Boy Bar. Algo próximo a lo único para el panorama de la calle de Amberes. Quizás que el dueño sea un heterosexual seguidor de Pearl Jam tenga que ver con eso. Se preocupa por ciertos detalles que para los gays serían insignificantes, como la ecualización del sistema de audio. En la mayoría de los antros gay lo importante es que el pretexto para jotear te reviente los oídos aunque la música suene percudida. Les encantan las Jeans, ese grupo que en los noventa era compuesto por niñas idiotas y huecas. Por alguna razón, su mentecatez les significó algo valioso para cientos de gays que las han elevado a nivel de iconos del imaginario gay nacional. Muchos de los gays que las siguieron en su reencuentro del año pasado, son homosexuales que se enorgullecen de solidarizarse con las consignas feministas, a pesar de que las Jeans, hoy convertidas en señoras, sólo cantan de enamorarse de cualquier baboso, llamar su atención y servirle.

Creo que la tacha empezó a explotar justo cuando nos fuimos a la terraza con vista a las banquetas de Amberes y donde la música es una secuencia de cínico pop en español. El bato y yo empezamos a besuquearnos con una lujuria inapropiada para estos tiempos en que lo gay en México se ha convertido en algo propenso a lo inocuo y la administración de calenturas. Quizás el internet, las páginas de contacto y el ligue de las apps ha dejado las porquerías para los mensajes de texto y en los antros hay que mantener las buenas formas y las selfies con poses como de esposas recargadas en brazos del marido en la mesa de una boda y las cejas en posición de duckface, o de éxtasis desnaturalizado, pero nunca escandalizar. El desmadre se ha partido en dos, la mitad transcurre en el antro y la otra en las pantallas de los celulares. Evidenciar soledad en redes sociales es la peste. Seguramente estoy amargado. En algún momento todos caemos en el autoengaño de conocer al hombre perfecto en lugares como estos. Por ejemplo, al barbón lo conocí en los pasillos de La Casita, quizás el primer sex club para homosexuales del entonces DF. Sólo que en estos días se ha vuelto más como una presión social.

A menudo leo que muchos se quejan de la Zona Rosa porque promueve la borrachera entre gays. Suelen ser los mismos que acusan a la Marcha del Orgullo de convertirse en un negocio que desplazó la protesta para corromper a las nuevas generaciones vendiéndoles alcohol hasta vomitar. Qué mojigatos resultaron varios, ¿desde cuándo tenemos que echar mano de la sobriedad y guardar las composturas como parte de nuestra identidad? Chingan con la igualdad pero en eso de la cirrosis democrática prefieren alienarse con la superioridad del cuerpo sano.

Fui por más cervezas con el único fin de ponerme pedo. En el camino me encontré a un tipo con el que había cogido en una orgía pero fingió la misma demencia de los hombres casados, con una mujer, cuando se tiran a un cabrón. Yo alcé las cejas como cuando saludo a un desconocido con una camiseta del Cruz Azul o del América afuera del estadio pero se hizo pendejo. Me bajonea un poco esa actitud, me recuerda a mi madre cuando se encontraba a mi padre o sus ex novios.

Bebemos unas cervezas más pero como nos pusimos como toros en celo, optamos por irnos a encerrar en la nueva tendencia gay de la capital: los clubes de orgías.

El club de la Álamos

Cerca de la estación Viaducto se encuentra uno de los tantos departamentos adaptados como centros de orgías para homosexuales, exclusivos para hombres, en los que tras desembolsar 150 pesos, te dan a cambio una bolsa negra de plástico, de las que se usan para tirar la basura, en la que depositas tu ropa y smartphones. Se dejan a huevo en la paquetería para no andar de morbosos tomando fotos y evitar que algún listillo se quiera pasar de verga chantajeando a los invitados. Con eso del matrimonio igualitario, hay varios esposos que vienen a darse una escapada, romper la rutina como dicen los bugas, a lugares como éstos. Quizás a eso se refieren con la igualdad: nos casamos y escondemos nuestra igualdad como los bugas, como nuestros padres.

Aquí se deambula en calzones, el desnudo es opcional. Adentro suele predominar la música que se conoce como circuit music, esa funesta combinación de progressive house y trance denigrante mezclado con remixes de éxitos del Billboard.

Atravesamos el corredor-vestidor y nos encontramos con una barra de refrescos, cervezas, tequila, ron y vodka. La dinámica consiste en caminar en busca de las nalgas perfectas para expulsar la homosexualidad contenida.

Lugares como el club de la colonia Álamos suelen atestarse ya entrada la madrugada, por ahí de las cuatro o cinco de la mañana, cuando los antros cierran sus puertas y sirven los últimos tragos y no se ha encontrado el amor de la vida. Su estatus legal coquetea con lo clandestino. Sigo sin entender por qué los clubes de sexo gay no poseen una regulación sanitaria como en otros países. Puede ser que la lucha por la legalización de este tipo de espacios tenga que ver con un reconocimiento de la promiscuidad susceptible al linchamiento buga. Salimos del clóset pero en el fondo nos avergonzamos todavía de lo que nos da placer.

Hace poco un cuate me dijo que clubes de sexo como éste si bien eran cachondos, también están invadidos por una carga de depresión suicida. Que las orgías son compras de pánico gays para no sentirte un perdedor si no ligaste “decentemente” en los antros. Que al final le parecen almas excitadas, como perdidas en una especie de limbo de la lujuria. Es curioso, porque asumen la excitación mediante fetiches hasta la madre de masculinidad —no por voluntad propia sino impuesta por el heteropatriarcado—, pero creen que la búsqueda del placer desde el empoderamiento de la soledad es depresivo. ¿No será que la necesidad de tener a huevo compañía, avergonzarse de nuestra propia soledad, también sea una imposición? Jotas orgullosas de explorar su lado femenino, pero también incapaces de vivir su jotería a solas. O al menos eso me dan a entender.

Al menos aquí no hay pantallas de smartphones que nos roben la atención. Hay un cuarto de videos con una pantalla de plasma que transmite videos porno y del otro lado un sling o columpio hecho de cuero y metal en el que te acomodas boca arriba y las plantas de tu pies quedan apuntando al techo.

Unas escaleras conducen a la planta alta, donde hay un cuarto entre penumbras de neón y otro completamente oscuro. Debía haber poco más de cuarenta cabrones caminando de aquí para allá con los ojos hinchados de deseo. La idea de estos lugares es tener sexo entre hombres a lo bruto y frente a quien se deje y se deje tocar. Aunque el respeto es una cosa básica e implícita. No todos nos tenemos que gustar a huevo. Metes mano y si te rechazan debes continuar tu camino sin armar panchos. Así de simple.

El bato y yo nos metemos al cuarto más o menos iluminado con luces de neón y gigantesco colchón cubierto de algo que debe ser imitación piel para aventarnos un show exhibicionista, sin más expectativas que la pornografía que pasa por nuestras cabezas. Vaya que las cosas han cambiado desde que tomé mi primera cerveza en el Viena. Cierto que hoy somos más visibles, aunque no estoy muy seguro de que esta visibilidad sea un logro nuestro, o si más bien la especie gay sobrevive al hacer la apología de ciertos rituales bugas que no incomodan. Por lo pronto yo trato de apurar mi misión, a lo que vine aquí. Mis amigos bugas me esperan.


Wenceslao Bruciaga (Torreón, Coahuila, 1977) es escritor y periodista. Autor de Funerales de hombres raros (Jus) y de Un amigo para la orgía del fin del mundo (Discos Cuchillo). También es colaborador de Reforma, SinEmbargoMx, TimeOutMéxico, Forward Magazine, Noisey México.
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lunes, 17 de octubre de 2016

Cruising en Cuba: Gozar la papeleta


Los sitios de cruising (relaciones homosexuales en espacios públicos) no son nada nuevo. Son, por el contario, algo tan viejo como el sexo mismo. En La Habana, se conocen popularmente como las “potajeras”.

No voy a hablar de sexo porque todo el mundo habla de sexo. No es el morbo que pueda provocar el sexo entre hombres lo que lleva a uno a contar estas historias y estos lugares. Contaré lo que contaré porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. Porque no podemos dejar de decir…

El sexo, algo tan universal y simple, se complica cuando se hace fuera de cuatro paredes. Un sitio decruising (un lugar público frecuentado por hombres que buscan sexo gay) es, por eso, un lugar de reyerta.

Mientras unos dicen que está bien que todos disfruten su sexualidad como quieran, otros hablan de lo público y de lo moral. Y aquí todo se enreda. ¿Qué es exhibirse impúdicamente? ¿Cuándo un lugar es público? ¿Está bien el cruising, o es una aberración?*

La Playa del Chivo es uno de los lugares de sexo gay más antiguos y frecuentados de La Habana. Por eso fui a la costa a saber cómo funciona este sitio de cruising, un espacio al que no solo van hombres homosexuales, sino también hombres casados que prefieren el anonimato, bugarrones, y gente que busca relaciones homosexuales sin tener que decirle a nadie su nombre ni su dirección.

La Playa del Chivo queda entre la salida del Túnel de La Habana y el reparto Camilo Cienfuegos, uno de los ocho consejos populares del municipio Habana del Este. Se llama así porque tradicionalmente se ha criado chivos y ovejas en la costa. Es natural pensar que, si alguien sabe lo que ocurre aquí, es Víctor Blanco, un pastor que vigila su rebaño desde la piedra donde está sentado. Víctor va todos los días a la Playa con sus animales, desde por la tarde, hasta que cae la noche.

«Ya a esto no se le dice la Playa del Chivo», dice el pastor. « ¿Tú sabes cómo se le dice?: La “Patera”. Fíjate que hay un grupo de gente en el reparto, amistades mías, que me “dan cuero” y me dicen: Oye, te veo bajando mucho para allá. Tú tienes tu “patico” por allá». Yo les digo: «No coman mierda, que a mí todo el mundo me conoce y sabe que he tenido una pila de mujeres.

«Ellos empezaron a meterse por donde está la parada de la 400, a la entrada del reparto. También muchos tipos descarados les enseñaban el miembro a las mujeres. Los vecinos se quejaban y entonces comenzaron a desplazarse para acá…Tienen esta zona como si fuera un territorio libre para ellos. Pero a veces la Policía viene y les da jaque. A veces los deja y así, por temporada.

Antier yo andaba con los animales por aquí y venía un carro patrullero por el camino. Cogieron a unos cuantos. La Policía los paró y les pidió el carnet. Pero después los dejó irse».

Dicen que han matado gente aquí…

Ha habido sus “muertecitos”, sí. Hace como siete meses encontraron a un hombre muerto por la parada de la 400, que llevaba como un mes y pico ahí, podrido. A los poquitos días de eso, a otro le dieron una puñalada.

¿A usted qué le parece lo que hacen los hombres aquí?

Eso es una falta de respeto. No deben admitirlo. Yo he visto parejas por aquí que han venido hasta con niños, normal, natural, y se han topado con el fenómeno.

Esa gente anda en hilo dental como si fueran mujeres. Tú los ves paseándose por ahí como para que tú los vaciles. Por eso yo no hablo con ninguno. Ellos por allá y yo por acá.

Para eso hay lugares, donde nadie tiene que verte. Yo tengo nietos a los que no puedo decirles: «Vamos allá atrás con los chivos». He traído a uno de ellos pocas veces, pero ya está grandecito y fuerte, y yo hablo con él y le explico por lo claro. Aquí mismo donde estoy es un nido de ellos. Mira los preservativos.

¿Alguna vez ellos han hablado con usted?

Sí, como no. Y me han pedido candela. Yo les digo que no fumo. El reloj lo uso dentro del bolsillo para que no me pregunten ni la hora. Porque ellos vienen a sacar confianza, a ver cómo se acercan.

¿Y qué es lo que ve más: jóvenes o viejos?

Hay de todo, jóvenes y viejos, pero más jóvenes que viejos. Y de todos los colores.

Ahora voy para allá a ver si puedo conversar con alguno de ellos… ¿cree que estos vayan para allá?

Sí, ellos sí.

¿Y cómo usted los reconoce?

Porque a aquel lo veo siempre (señalando a uno de dos hombres que acababan de pasar).

Pero parece extranjero…

Sí, hasta los extranjeros vienen a «gozar la papeleta».

El que señala es porque el camino sabe

Dejé al pastor y me fui a la orilla del mar, llena de esas rocas que se llaman dienteperros, y que forman en algunas partes de la costa una especie de pocetas naturales de agua acumulada. Allí se bañaban tres hombres desnudos, pero cuando intenté acercarme para conversar con ellos, comenzaron a vestirse. No lo intenté una segunda vez.

Regresé y vi, sentado sobre una piedra bajo el sol, a un muchacho semi travestido. Tenía unos jeans ajustados y una camiseta roja de mujer, de esas que dicen “Bebe” en piedrecitas brillantes.

Me acerqué al muchacho, que rozaba los 19 años. Me dijo, un poco cohibido, que no estaba allí para hacer «nada». Que solo esperaba a su novio. Mientras hablaba con él, un hombre negro en bañador se sobaba el miembro debajo de las uvas caletas más cercanas, mirándonos conversar.

Comencé por preguntarle dónde vivía. Pensé que es interesante saber qué cantidad de kilómetros sería capaz de desplazarse un hombre para tener sexo con otro. Vivía en Guanabo, lo cual podía significar que había viajado alrededor de veinticinco kilómetros hasta la Playa.

«Mis amiguitos me han hablado de otros sitios para tener sexo, pero no he ido a más ninguno. He oído de la rotonda de Cojímar, en la primera parada del P8, antes de Alamar».

¿Y este sito específicamente qué te parece?

Fatal. Me han dicho que han encontrado personas muertas, y también se dice que viene la gente “bajitucha”. Había oído muchísimo de este lugar, pero no sabía cómo llegar aquí. Mi novio me propuso venir porque yo no puedo ir a su casa, y él no puede ir a la mía.

¿Tu novio ha venido antes?

«Pienso que sí. El que señala es porque el camino sabe».

Nos reímos. Uno tiene que andar siempre riéndose en estos lugares. Reír inspira confianza aquí. Les hace pensar a los otros que no los increpas. Yo en realidad no increpo a nadie, pero ellos no tienen por qué saberlo.

Cada cual va a donde le gusta

Encima de una columna de concreto echada sobre la arena, un hombre flaco leía. «Ya a mis cincuenta y tres años ¿qué me falta por ver? Yo tengo una hija de quince, y si el día de mañana le da por estar con una mujer no la voy a tirar del edificio para abajo. Además, estamos el siglo XXI. Las “cosas” hay que hacerlas más discretas, pero yo creo que quienes vienen no tienen ni donde “hacerlo”».

¿Es frecuente que la gente venga a leer aquí?

Mucho. Y a hacer brujería también. Pero más en el verano. ¿Tú quieres coger esto bien lleno desde por la mañana?: en junio, julio. Yo veo lo que pasa aquí muy normal. Cada cual que elija su vida, su propia idiosincrasia. Creo que si ellos tuvieran un lugar no vendrían aquí. En todos los países hay lugares adonde ir. El que tenga lugar y venga aquí es ya porque le gusta. Porque yo te voy a decir una cosa: aquí cada cual va a donde le gusta y a donde le conviene.
La Policía

La Estación de Policía a la que conducen a las personas detenidas en el Chivo está en Cojímar. El capitán Eddy Cala Guilián, quien ha sido por más de cinco años el jefe de la Policía en el reparto Camilo Cienfuegos, dice que tienen un carro patrullero haciendo recorridos en la Playa durante las veinticuatro horas, en cuatro turnos diferentes de trabajo.

«Hemos detenido homosexuales y los hemos trasladado a la estación, pero en esto hemos sido cuidadosos porque muchos de ellos piensan que estamos reprimiendo sus diferencias sexuales, y no es así. Nosotros lo que hacemos es alertarlos de los delincuentes. Ahí se han cometido delitos de robo con violencia».

Eddy Cala dice que no está al tanto de ningún asesinato en la Playa. Sin embargo, en entrevista con Rafael Caldas, especialista del Centro Nacional de Prevención de las ITS y el VIH/sida (CNP), se supo que en diciembre de 2009 un promotor de salud del Centro llamado Yohan Arrebato fue estrangulado en la zona.

El Chivo tiene una larga data de rumores sobre asesinatos y violencia, de manera general. El especialista en Estudios Culturales Avelino V. Couceiro dice en su texto Los pingueros y sus clientes (La Habana, 2006) que «Ya en la tercera década del siglo XX, un escándalo de la violación de un cadete por colegas suyos en la Playa del Chivo fue motivo para una película silente que nunca sobrevivió a la censura».

La mayoría de los oficiales de Policía a los que se les pregunte sobre las detenciones de personas en estos sitios de sexo dirá más o menos lo mismo que el capitán Eddy Cala. Algo más o menos así: «Nuestro trabajo es garantizar la tranquilidad ciudadana», «El móvil de los traslados a la estación es investigar a quien no lleve su identificación, y que las personas justifiquen su presencia en el lugar», «Solo les advertimos que deben cuidarse, como parte de medidas preventivas».

Sería ignorancia desestimar el papel de la Policía en lugares en los que se roba y se mata, pero bajo el tamiz del robo y del asesinato, muchos oficiales de Policía maltratan y multan a personas que no se han exhibido impúdicamente, ni han cometido delitos.

Casi nadie reclama una multa de ese tipo, ni lleva el asunto hasta sus últimas consecuencias, ora porque muchos son hombres casados a los que no conviene ser vistos en un sitio de sexo gay, ora porque la mayoría siente vergüenza de decir que va a estos lugares.

Si ustedes solo previenen (le pregunto al oficial), si ustedes no reprimen la homosexualidad ¿por qué quienes andan con su carnet de identidad y no tienen antecedentes penales les tienen tanto miedo a la Policía, y se echan a correr nada más de ver el carro patrullero?

«Ahora sí me la pusiste en China. No sé», dijo.

Miedo y espanto

Del cruising prácticamente no se ha hablado en Cuba, mientras que en otros países le han sacado hasta películas al tema. Al Pacino protagoniza Cruising, de William Friedkin, en 1980, sobre un asesino en serie que va por varios sitios gringos de sexo matando hombres.

En el momento en que alguien nombre el asunto en Cuba, entonces se va a armar. Habrá miedo y habrá espanto. Probablemente alguien alce la mano y diga que es soez y prosaico y que la gente no está preparada para escuchar sobre esto, ignorando que en última instancia la gente siempre debería estar preparada para escuchar sobre otra gente.

Por desgracia, cada vez que sufrimos una carencia durante un tiempo muy prolongado, no sabemos cómo lidiar con el objeto de esta carencia una vez que aparece. Con la información pasa exactamente así.

El cruising en La Habana es más complejo que un grupo de hombres teniendo sexo en lugares públicos. Cualquiera, no ya estos hombres, se ha revolcado con alguien en la primera oscuridad.

Lo que saca a estas zonas del lugar común es que en ellas puedes encontrar a un abogado como puedes encontrar a un delincuente. Una vez que se ha llegado a un sitio de sexo gay todos los hombres se mezclan y se confunden. Todos los hombres, por más o menos tiempo, se tratan como iguales.

*En entrevista personal (20 de febrero de 2013) el abogado Manuel Vázquez Seijido, asesor jurídico del CENESEX, asegura que regulaciones en torno a estos sitios no resultan necesarias, pues lo imprescindible es «entender y hacer entender la real aplicación de lo dispuesto actualmente en las leyes».

El especialista se refiere a la interpretación que algunos operadores del derecho hacen del artículo 303 sobre Ultraje Sexual del Código Penal vigente, correspondiente a 1987. Dicho artículo, que fuera modificado en 1997, suprimiéndose de él la alusión directa a la homosexualidad como un motivo de escándalo público, dicta que: «Se sanciona con privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas al que:

1. Acose a otro con requerimientos sexuales.

2. Ofenda el pudor o las buenas costumbres con exhibiciones o actos obscenos.

3. Produzca o ponga en circulación publicaciones, grabados, cintas cinematográficas o magnetofónicas, grabaciones, fotografías u otros objetos que resulten obscenos, tendentes a pervertir o degradar las costumbres» (Colectivo de autores, 2003, p. 146).

Las contradicciones se generan a partir de las propias diferencias que varían entre sitio y sitio, algunos de los cuáles son más visibles que otros. Vázquez prefiere hablar de «visible» y no de «público» al referirse a dichos espacios. «La cuestión respecto a estos sitios no es sin son públicos, sino si son visibles. Con el concepto de público nos enredamos. Se trata de qué posibilidades reales existen de ofender la moral y las buenas costumbres. Las regulaciones nunca hablan de espacios públicos. Si tú lo haces desde la ventana de tu casa y pasan personas y te ven, hay exhibicionismo, y hay delito, sin embargo no es un espacio público», señala.

Muchos lugares de cruising, además, tienen un carácter sumamente ambiguo, al ser visitados también por hombres que se masturban en público, práctica que sí está manifiestamente penada por la ley.
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viernes, 16 de septiembre de 2016

Salas de video gay en Lima Metropolitana

Las denominadas "salas de videos" o simplemente "videos" son lugares donde los homosexuales van a tener sexo de manera voluntaria.

Se diferencian de un chongo en que no hay intercambio de dinero, por lo general en los videos no se cobra o se paga por tener sexo (muchos lo hacen ver así, especialmente la prensa)

el Dark en Lince

Estos lugares muchas veces funcionan como bar y hasta tienen zonas de baile como las discotecas con shows en vivo, también podemos encontrar el cuarto oscuro, un lugar oscuro donde se meten a tirar, algunos van con su pareja.

Por lo general tratan de pasar desapercibidos a primera vista para no ser descubiertos debido a que las autoridades los clausuran a cada rato, pero luego vuelven a abrir y así se la pasan todo el año.

La lista:

Mencionaré algunos de estos lugares, aunque hay muchos más por ahí:

- Videos Omar [Petit Thouars 3479, San Isidro]: Tiene videos con cabinas para sexear rico con cualquiera que se te cruce en el camino

- Dark Club [Emilio Althaus 315, Lince]: A unos pasos de la avenida Petit Thouars, tiene bar, para bailar, cuarto oscuro y hasta una rockola. El mariconcito que atiende la puerta es medio coquetón

- Minotauro Club [Manuel Gonzales Prada 419, Surquillo]: Cruzando la vía expresa como quien se va para surquillo, tiene bar, cabinas y hasta una especie de laberinto en la parte de arriba. Fuí un sábado por la tarde, la verdad vi poca gente y no eran tan atractivos, me cobraron 15 soles (me pareció un poco caro) y me dieron unas bebidas alcohólicas y un condón a punto de vencerse. El bartman es un pelón que se cree Shaolin. De todas esta es la que cuenta con mejores instalaciones y se nota más limpieza.

- K-Leta [Wilson 718, Lima]: En un edificio medio antiguo en el piso 3, tiene sala de video, bar, cuarto oscuro, los domingos va el clon de la chola chabuca a figuretear

- PK2 [Petit Thouars 1868, Lince]: Del mismo dueño del K-Leta, creo que se cambiaron el nombre a Tenta2 o algo así, también tiene bar, cuarto oscuro y lo típico de estos lugares

- Studio 5 [Arenales 679, Lima]: Al costado de una tienda de computadoras, el dueño es un mariconcito de lentes que también la hace de portero y hasta animador. Tiene cuarto oscuro, bar, shows en vivo, sala de video. A veces el bartman se mete a tirar al cuarto oscuro.

- Club Casanova [Malvas 115, Breña]: Frente a la comisaria y una academía pre universitaria. Tiene bar, sala de video, cuarto oscuro, van muchos calatos. Me parece muy desordenada en comparación con otras. Algunos le dicen "Cazamostras" o "Cazamoscas".

- K-Prichos [Colmena 767, Lima]: Tiene bar y un cuarto oscuro muy pequeño, esto más parece una discoteca, antes tenía sala de video, pero lo han convertido en un sitio para bailar y cobran más caro. La atención de los serranos es pedorra y de mala calidad, el agua la cortan para no gastar y el water ya se imaginarán... un asco, lo único bueno es que van menores de edad a cachar. La verdad poco recomendable.

- Amnesia Lima Disco Bar [Colmena 858, Lima]: A media cuadra del K-Prichos para hacerle la competencia. Tiene bar, zona para bailar y un cuarto oscuro al cual nadie entra. Verdaderamente este sitio parece una discoteca, fui un par de veces, la primera nadie entró al cuarto oscuro y la segunda me aburrí y me fui, no me gustan las discotecas. También hay un viejo chivo que atiende y coquetea con los stripers que están hasta el pedo. Lo único bueno es que hay entradas desde 5 soles y van menores de edad, ni piden DNI.

- Cine Club Sala de Videos [Arequipa 339, Lima]: En el segundo piso, tiene cabina, cuarto oscuro, sala de video, dicen que van papiriquis y caletas, yo solo vi una loca y un choclón
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sábado, 3 de septiembre de 2016

La historia del ligue virtual gay


Ligar ha sido un arte para el ser humano desde que el hombre es hombre, ha sido algo que particularmente se ha desarrollado más en el género masculino, ya que aunque el rol de la mujer en la sociedad ha cambiado trascendentalmente, ha sido tradicionalmente el macho el que toma la iniciativa. Si esto lo llevamos al mundo gay, se potencializa al cuadrado.

Antes del Internet y las tecnologías telefónicas que lo precedieron, el ligue se desarrollaba principalmente en la calle (zonas de ligue), en bares y antros, y quizá en alguna que otra reunión en donde se juntaban gays; esto lo limitaba mucho, y tenía que ser la tecnología lo que viniera a revolucionarlo todo.

Fueron Jonathan Crutchley y Larry Basile, dos nativos de Boston, quienes aprovecharon estas ventajas tecnológicas creando un servicio telefónico para la comunidad gay llamado Manhunt, únicamente disponible en el área de Boston, en donde los usuarios dejaban grabados mensajes, para que otros hombres los escucharan y posterior a ello se pudiesen contactar.

Con el nacimiento del Internet, también nacieron sitios gays, y algunos incluso incorporaron un chat para que los usuarios pudieran platicar entre ellos y el ligue no cesara, tal es el caso de Gay.com, quien rápidamente se convirtió en un referente en cuanto al ligue gay se refiere.


Por otro lado los creadores de Manhunt, se dieron cuenta que tenían que evolucionar, y decidieron en el 2001 abrir un portal en donde este ligue pudiera hacerse de manera más directa, con fotografías y contacto inmediato vía chat, así nació Manhunt,el primer servicio de contactos en línea del mundo.

Decidimos que si el negocio iba a continuar teníamos que crear un sitio web, hacer que los hombres usaran el sitio, y si iba a ser exitoso, que pagaran por usarlo… El potencial se hizo global y ahora hay más suscriptores globalmente que en EEUU.


Manhunt es un ejemplo claro de como se potencializó el ligue gay en el mundo, se creó un espacio privado y hasta cierto punto anónimo para conocer gente afín para lo que uno quisiera. Hoy en día el servicio es mundial, tiene versiones en inglés, español, francés, portugués, alemán, italiano, chino y japonés.

Para el 2006 Manhunt ya era el sitio gay online más visitado, superando a Gay.com. Hoy en día está disponible en todos los navegadores web, y cuenta con una aplicación en iOS y Android, está optimizado para teléfonos inteligentes, y tiene más de 4 millones de perfiles en el mundo. Además recientemente ha incorporado un video chat, y ha ido modernizando su plataforma para ofrecer una búsqueda más precisa.

Después de Manhunt han nacido un sin fin de apps y productos que buscan lo mismo, viendo la enorme necesidad del ligue entre la comunidad gay nacieron Grindr, Scruff, Hornet, Growlr, Jack´d, Planet Romeo, y muchos más.

La oferta es muy variada, y seguramente alguna de estas opciones puede ser la más apropiada para tus necesidades, lo que es un hecho, es que el ligue entre los gays es pan nuestro de cada día, crece y se multiplica, incluso al grado de que varios expertos afirman que el tradicional ligue en el antro ha bajado considerablemente. Para que ir, pagar un cover, tomar una cerveza y terminar con el potencial rechazo de una decena de opciones, cuando puedes tener cientos de ellas e ir a lo seguro.

La pregunta es, y tú, ¿como ligas?
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Los odiosos grupos de Whatsapp

Quien en estos últimos tiempos de selfies, smartphones y por supuesto de pasar horas de horas tras el Facebook o Whatsapp ha sido agregado, muchas veces sin su consentimiento, en los famosos, algunas veces odiados y estresantes grupos de whatsapp.

Si ya desde hace algunos años los grupos de Facebook se convirtieron en la forma de conocer más personas en la red y muchas veces, por no decir la mayoría, no solicitamos el ingreso a uno o más de ellos, en estos últimos tiempos los grupos de whatsapp se han convertido para muchas en la forma de ligar, conocer e interactuar con el mundo digital, pero para nosotros los gays en la manera de encontrar el punto del día, aunque la mayoría lo niegue y crea que encontrara el tan anhelado AMOR que ya en estos tiempos parece más difícil que encontrar la piedra filosofal.

Y es que los grupos de whatsapp a diferencia de los de Facebook están limitados a 100 personas pero muchas veces eso se vuelve caótico si la mayoría de sus miembros interactúan al mismo tiempo creando interminables listas de mensajes por leer y haciendo en muchos casos que tu celular suene y vibre en todo momento, lugar y hora.

Porque si señores, muchos de estos individuos no les importa que sea las 4 de la mañana que sea feriado nacional o que estés en medio de una festividad importante como la navidad, noooo, tu celular sonara o vibrara igual o más en estas fechas, ya que andan polulando miles de ciber amigos en busca de la próxima presa

Y eso no acaba ahí también se te llena el espacio del celular de fotos, videos, memes y audios que en la mayoría ni te interesan y ni que hablar si el grupo de wahtsapp es gay, los selfies porno y los videos eróticos abundaran y llevaran tu memoria del smarpthone al colapso.

Es por eso que muchos aman, en el caso de los más putos y otros odian, en el caso de los que son más decentes, los grupos de whatsapp, por que incluso si te sales de uno te agregan a otro y otro y otro y se vuelve a veces interminable. Y ni que decir de los usuarios que te hablaran aparte ya q verán tu foto de perfil y te empezaran a bombardear el celular si la foto les agrada, teniendo que empezar ah hacer blokeos en masa e incluso pensar en cambiar de numero debido a que muchos no se dan por vencidos e intentaran comunicarse contigo telefónicamente no importándoles la hora y ciber-acosandote en las madrugadas con sus llamadas que te interrumpirán tus más placenteros sueños.

Es por eso que en mi caso odio los grupos de whatsapp por lo que he decidido ya no dar mi número a cualquiera y solo brindárselo a mis amigos o conocidos más cercanos para evitar pasar ese mal rato de ser agregado a un grupo de whatsapp que en lel 99% de las veces ni me interesa ni tengo intención de ser miembro

Bueno espero que esta nota les haya gustado y conmigo será hasta la próxima…chauuu
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Tom Daley te enseña a tener el culo perfecto


Tom Daley es ese apolíneo deportista que se está encargando de amenizar nuestros calurosos días de Agosto en los Juegos Olímpicos de Rio 2016. La vida le sonríe al británico, disfrutando de su reciente matrimonio con el oscarizado guionista Dustin Lance Black y tras conseguir otra medalla en su exitosa carrera como saltador de trampolín, Tom Daley se ha propuesto dar a su público sus trucos de belleza y estilo de vida a través de su canal de Youtube con el objetivo de que consigas su esculpido culo de cara al verano…que si bien llega algo tarde para su plan de seis semanas, pues nunca viene mal tonificar los glúteos. Antes de nada, no, el ejercicio no lo va a realizar embutido en sus ajustados speedos

Con su canal, Tom Daley hace sus primeros pinitos delante de las cámaras más allá de la piscina, demostrando que se le da bastante bien el tema. Sentadillas, elevaciones de cadera… Tiembla Shaun T, que la competencia es dura.

Durante las próximas 6 semanas voy a darte unas rutinas para tu culo para ayudarte a esculpirlo y tonificarlo, preparándolo para el verano.










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14 millones de mensajes se enviaron en Grindr durante las olimpiadas de Río


El medallero ya sabemos cómo ha quedado, pero ahora es momento de analizar datos y más datos que ayudarán a saber cómo han sido los Juegos Olímpicos que han terminado hace tan sólo unos días en la ciudad brasileña de Río. Y resulta que, hablando de datos, Grindr tiene muchos que aportar.

Resulta que durante las dos semanas que duraron los juegos, 38.000 personas usaron la popular aplicación de citas. Se dice pronto. 38.000 usuarios provenientes de 109 países diferentes y que enviaron 14 millones de mensajes.

Suponemos que no todos esos mensajes serán de deportistas, alguno habría de periodistas o de aficionados, pero un alto porcentaje habrá sido, seguro, de deportistas, los mismos que viven en el armario, porque desde luego no hay 38.000 deportistas abiertamente homosexuales.

Brasil, Estados Unidos y Reino Unido fueron los grandes “triunfadores” de estas “olimpiadas” grindrianas, siendo los que más mensajes recibieron. 
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domingo, 7 de agosto de 2016

El legendario Hotel Mazatlán


Llegar al hotel Mazatlán casi a la media noche algo tiene de deporte extremo. Las inmediaciones del Metro Salto del Agua lucen cada vez más solas. Algunos llegan en coche o en taxi. Algunos más aventureros optan por llegar caminando. Sobre la calle Nezahualcóyotl casi no hay luz, a excepción de dos altares a la Virgen de Guadalupe. Al llegar por fin a la esquina con el escondido Callejón de la Igualdad, el cuerpo se relaja un poco. No es precisamente un lugar fresa, se trata de una callejuela escondida entre la colonia Centro, la Obrera y la Doctores. Uno respira tranquilo al constatar que no le chingaron la cartera ni el celular. 

El registro

Sólo llegar al pequeño cubículo que sirve de recepción ya es un chicotazo de adrenalina que corre del estómago hasta la boca. 

-¿Tienes habitaciones? 

-Híjole, nada más de entrada por salida. 

-Está bien. ¿Pero sí es de arriba, verdad? 

-Sí. 

-¿A qué hora vence? 

-A las tres de la mañana. 

-Sale, dame un cuarto. 

-Son 190 pesos.

Mientras el recepcionista busca mi llave, observo un cartel en el que se advierte quepara entrar en el hotel hay que ser mayor de 18 años y comprobarlo mediante IFE, lo que nos asegura que no estamos precisamente en un hotel familiar. Finalmente me entrega la llave del cuarto 31. El hotel tiene planta baja y tres pisos. Me toca en el de hasta arriba. 

Mi pregunta sobre si mi habitación es de los pisos de arriba no es casual. En la planta baja no hay acción, incluso a veces una que otra pareja hetero despistada se queda ahí. Lo bueno está en las plantas superiores. Quienes ahí trabajan saben muy bien de qué va el negocio: prefieren cobrar por unas horas que por el día entero. Saben que pasando unas horas pueden desalojar a los “huéspedes” y dar entrada a una nueva remesa de cuerpos calientes. 


Las habitaciones 

Llego a mi cuarto. Está muy lejos de ser un lugar deseable para quedarse, aunque aquí pocos, muy pocos, vienen a eso. Las colchas son viejas, las teles antiquísimas pero funcionales. Al encenderlas hay, como era previsible, canales porno. La cama es tamaño matrimonial, los burós y cabeceras son de madera y están descarapelados. Hay un papel higiénico nuevo y otro a medio usar. En el baño hay sobrecitos con jabón, shampoo y crema humectante, además de un par de toallas rasposísimas, todo estampado con el logo del hotel. Por supuesto, hay un espejo en la pared junto a la cama, para esos que les gusta verse al momento de la acción o los que se graban con sus celulares. 
Las reglas del juego 

El modus operandi es dejar la puerta abierta y tenderse en la cama, encuerado, a veces masturbándose, esperando a que alguien que pase le guste lo que hay y decida entrar.El outfit preferido por los asistentes son los jockstraps que dejan las nalgas al aire como una invitación, así como los cockrings para mantener las erecciones por más tiempo. 

Hay quienes no esperan y aplican la técnica de vagar por los pasillos, donde varios flirtean y si encuentran algo que les gusta se lo llevan a su cuarto. Aquí el lenguaje corporal es lo más importante: si el cazador de pasillo te llamó la atención, cruzas miradas con él. Si ambos se gustaron, se detienen. Usualmente el activo se soba el pene encima del pantalón para dejar bien claro quién va a penetrar a quién. Si la pareja de ocasión coincide en roles, lo demás será irse a la habitación de uno de los dos. 


Entre amigos 

Es común ver a cuates llegando en grupo después del antro. Cargados muchas veces con poppers, coca o cualquier variedad de “dulces”, arman orgías que duran unas buenas horas. Basta con convencer al recepcionista con una tarifa individual por visitante para que los dejen armar la fiesta en el cuarto. Hasta les conviene: tres, cuatro o cinco hombres en un cuarto que es para dos. No hace falta ser un genio matemático para saber que ahí hay billete. 

No es difícil encontrar material testimonial de estos encuentros: basta con entrar a páginas de videos de sexo amateur y teclear “hotel Mazatlán” o incluso “Maza”, como cariñosamente le dicen algunos, para ver que aquí pasa de todo. El fisting, elbareback, la golden shower e incluso tener acción en los pasillos no tiene nada de raro en este lugar. Y cumpliendo con la profecía de Warhol que afirmaba que en el futuro todos tendrían sus quince minutos de fama, los usuarios del hotel gozan subiendo sus videos para así cosechar votos y comentarios por parte de los espectadores. Trepar el video a la red es la parte final de la experiencia que culmina una noche de sexo sin tapujos. 

Viviéndolo en 3D

Después de vagar por los pasillos y siendo invitado por varios a pasar a sus cuartos para una experiencia uno a uno, al fin encuentro lo que busco: un cuarto con la cortina descorrida con cuatro hombres encuerados donde dos tienen sexo mientras los otros dos se masturban y se besan disfrutando el espectáculo. La puerta está cerrada pero al verme espiando a través de la ventana, me analizan y me dejan pasar. Les gusté. Trago saliva y entro al cuarto. 

No participo. “Ver me excita un chingo, cogen de poca madre”, le digo al activo que penetra a uno más jovencito e intenta meterme mano. Temo que me vayan a mandar lejos por nada más entrar de mirón, pero tengo suerte y no me dicen nada. Los otros dos siguen en lo suyo, pero también me invitan. Observo lo que hay en la cama: ropa, celulares, poppers, aceite de bebé que deduzco están usando como lubricante. 

Las luces están apagadas; sólo la luz del baño y la de la tele ayudan a mis pupilas que intentan adaptarse. Me acerco a la pareja que está en pleno mete y saca para comprobar mis suposiciones: están cogiendo "a pelo". 

El pasivo se da un pasón de poppers y hace gesto de convidarme. Me hago tonto y pongo cara de morbo viendo la escena. El activo bombea más rápido y dice “ya me voy a venir, te voy a preñar bien rico”. Se viene adentro del chavito, que no debe tener más de 22 años. No parece temerle a infectarse de algo: forma parte de la generación YOLO. Para ellos el SIDA es una cosa lejana que ya sólo pasa en las películas. Se viene también. Tengo ganas de decirle “coge todo lo que quieras, pero no mames, los condones son gratis en Salubridad y los dan afuera de los antros. Estás bien pinche morro”. Pero no vine a dar lecciones de moral sino a escribir una crónica. Sólo espero para mis adentros que este chaval no aprenda a la mala que, como en los espejos retrovisores, las cosas están más cerca de lo que aparentan y el VIH sigue siendo una realidad bien chafa. 
La salida

Todavía con muchas ideas retumbándome en la cabeza vuelvo a mi cuarto. Veo las grietas del techo intentando imaginar cuántos habrán cogido en la cama en la que yo ahora estoy tendido. Pienso en lo fácil que seria tachar de irresponsables a estos cuates por la manera en que se arriesgan pero llego a la conclusión de que, ya sea cogiendo a pelo, comiendo garnachas o metiéndole pata al acelerador, todos le hacemos guiños a la muerte. Si no es el SIDA, será la diabetes o la cirrosis. Finalmente a todos nos va a cargar la parca y nos suicidamos un poquito cada día. Al menos ellos gozan de sus cuerpos sudorosos y jadeantes en lugar de esperar quietecitos y bien portados que un cáncer se los lleve. 

Tomo algunas notas en mi libreta, la guardo, me fijo que no haya dejado nada en el cuarto. En el pasillo el recepcionista toca algunas puertas. 

-19, ya se te venció el cuarto. 

-Un ratito más, ni he agarrado nada. 

-Van a ser otros 190. 

A regañadientes, el cuate los paga. Dejo la llave en recepción y salgo del lugar. 

“Hay taxis, chavo”, me dice el recepcionista. Le digo que no gracias, que vivo a unas cuadras. El Callejón de la Igualdad luce vacío, salvo por un perro que hurga con el hocico en un montón de basura. A mi espalda el hotel Mazatlán, el legendario Maza, sigue en pie, y seguirá mientras haya hombres calientes que vengan a dejar su semen, su sudor y por supuesto, sus 190 pesos.
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